Dicho texto fue introducido en un cofre y sepultado en la Plaza de Mayo en el año 1950, en conmemoración de la reconquista de la ciudad de buenos Aires en manos inglesas, a fin de ser desenterrado por los jóvenes del 2.000 como mensaje de su tiempo. La Revolución Fusiladora de 1955 destruyó dicha carta, pero su contenido se divulgó de mano en mano a cargo de los compañeros de la Resistencia Peronista. El contenido de dicha carta está incluido como un capítulo en el libro del Gral. Juan Perón "La Hora del Pueblo" de fines de los '60.
Jóvenes argentinos:
La juventud argentina del año 2.000
querrá volver sus ojos hacia el pasado y exigir a la historia una rendición de
cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los gobernantes de todos los tiempos
han hecho del sagrado depósito que en sus manos fueron poniendo las
generaciones precedentes y también si sus actos y sus doctrinas fueron
suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para conseguir la paz
entre las naciones.
Por desgracia para nosotros, ese balance
no nos ha sido nada favorable. Anticipémonos a él para que conste al menos
nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni
las masas regidas, han sabido lograr el camino de la felicidad individual y
colectiva.
En el transcurso de los siglos, hemos
progresado de manera gigantesca en el orden material y científico y si cada día
se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque
en el moral el camino recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha regido muchas veces los
actos de gobierno, y no es el amor al prójimo ni siquiera la comprensión o la
tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.
Esa acusación resulta aplicable tanto a
los pueblos como a los individuos. Cierto de que en uno y en otros se dan
ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca o ninguna influencia
en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado
un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la
realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión.
Apenas terminada una guerra, ponemos
nuestra esperanza en que ha de ser la última, porque las diferencias entre las
naciones se han de resolver por las vías del derecho aplicado por los
organismos internacionales. Pocos años bastan para demostrarnos con un
conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo error en que habíamos
caído. Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se ha perdido y hoy vemos
con el corazón empedernido cómo al cabo de veinte siglos de civilización
cristiana caen en la lucha niños, mujeres y ancianos. Apenas un conflicto social ha sido resuelto,
vemos asomar otro de más grandes proporciones, no siempre solucionado por las
vías de la inteligencia y de la armonía, sino por la coacción estatal o dé las
propias partes contendientes más fuertes, no el de mejor derecho.
Frente a esta lamentable realidad ¿de
qué han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y las
lucubraciones sociales? Ni las democracias ni las tiranías ni los empirismos
antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para aquietar las
pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda limitada a una
hermosa palabra de muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica
en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no para elevar la
condición de los trabajadores procurando su bienestar sino para deprimirles y
explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los
desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente los falsos apóstoles
del proletariado quieren la libertad más para usarla. como un arma'' en la
lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de
justas. No ha empezado a alborar el
liberalismo económico cuando para impedir sus abusos tiene el Estado que
iniciar una intervención cada día más intensa a fin de evitar el daño entre las
partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye
remedio eficaz porque o es partidista o trata de anular las libertades
individuales y con ellas a la propia persona humana.
El mundo ha fracasado. Mas este fracaso,
¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la esperanza? Posiblemente
podamos mantener el optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad
hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero, de cada evolución
queda una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El
avance es invisible y está oculto por sus propios vicios a que antes he
aludido; pero no por eso deja de existir.
Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo
propio en beneficio de sus semejantes, si tratase de dirimir las disputas con
la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado
hacerlo y en este sentido he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo
menos la intención y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del
porvenir. La humanidad debe comprender
que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que sea capaz
de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Esa es la verdad, es la
amarga verdad que la humanidad ha vivido y es también la verdad más grande que
en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque éstos no han conducido
más que a desastres.
En nuestra querida Argentina el panorama
descripto se ha sentido sin ser cruento, pero en el orden general los hechos
prueban que ha sido el acierto la resolución que ha precedido nuestra realidad.
La independencia política que heredamos de nuestros mayores hasta nuestros
días, no había sido efectivizada por la independencia económica que permitiera
decir con verdad que constituíamos una nación socialmente justa, económicamente
libre y políticamente soberana.
Por eso nosotros hemos luchado sin
descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria en medio de
la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la independencia económica
que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los
argentinos, y por ese nosotros vivimos velando porque la soberanía de la Patria
sea inviolable e inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho
al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que
cada argentino tiene de decidir por sí dentro de las fronteras de su
tierra.
Contra un mundo que ha fracasado,
dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido por
nuestra juventud: ésa será su responsabilidad ante la Historia.
Quiera Dios que ese juicio les sea
favorable y que al leer este mensaje de un humilde argentino, que amó mucho, a
su Patria y trató de servirla honradamente, podáis, hermanos del 2000, lanzar
vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos,
luchamos y sufrimos.
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