*Por José Antonio Gómez Di Vincenzo
El gordo Pizza, en alguna otra oportunidad, no recuerdo bien
por qué creo haberlo evocado, ése que llegó al barrio en plena época de la
plata dulce y que no perdía oportunidad para enrostrarnos a los viejos
habitantes del Bajo todos los chirimbolos que el viejo, en aquel entonces en un
ascenso tan pronunciado como su caída libre en los 90, le traía de Miami. A ese
gordito divertido no le gustaba perder. En los picados, cuando las cosas
empezaban a ir mal, hacía todo tipo de trampas. Agrandaba el arco contrario
pateando los buzos que hacían de palos, asimismo achicaba el de su equipo,
tiraba la pelota al baldío de al lado para hacer tiempo y demás. Pizza (creo ya
haberlo contado, perdón aquel que ya leyó) era el dueño de la única pelota de
cuero respetable del barrio. Cuando las cosas se ponían jodidas, el gordito se
iba a la casa. Después de hacer trampa, se iba con la excusa de que era la hora
de tomar la leche o de bañarse.
El tiempo pasó… En el barrio Pizza pasó a la historia por
muchas otras… ¿hazañas? ¿Trampas? Hija de puteces. En mi recuerdo aparece como
un anticipo cárnico de un neoliberalismo que se venía, incapaz de dejar de
mirarse el ombligo, individualista, canchero sin qué, hablador, boca torcida,
risa extraviada, que extorsionaba con juguetes para que los pibes del barrio
simulen por un rato ser sus amigos. Igual que el capitalista (ése amo de su
padre y por ley transitiva su señor también) en el mercado comprando la fuerza
de trabajo, este pibe pretendía comprar amigos. ¿Qué será de su vida?
No importa. Lo evoco porque inmediatamente vino a mí la
imagen del pusilánime que en el barrio se envalentonaba cuando la cosa pintaba
a favor y rajaba ante la mala, fastidiado pero siempre con mala leche. Mal
perdedor, conspirador, torpe. El recuerdo de Pizza va de la mano de la
sensación que invade a este cronista mientras lee y trata de digerir el Clarín del domingo 4/09/11. Y aquí vamos…
Una vez más, no sin cierto fastidio, siento la necesidad de
escribir al menos unas líneas sobre el diario del hombrecito con clarinete. Iré
al punto enseguida. Pero antes una aclaración:
No diré nada en defensa del Ministro Randazzo a quien los
acólitos de Noble apuntan casi todos sus misiles (la analogía es mala, debería
haber dicho fuegos artificiales) fustigando por la supuesta denuncia que el
florido funcionario hizo a los diarios por atentar contra la democracia y
rescatando el rol de tres cronistas que por hacer su laburo casi desde el lugar
común (como suele ser habitual en el periodismo argentino) son elevados al plano
de santos mártires de la causa (Ver nota de Viau). No se encontrará aquí ningún
intento por defender a Boudou, a quien se lo quiere presentar como el
muchachito irresponsable “que hace pogo en un festival de rock”, un sumiso
alcahuete de la presidenta, con la misión de hostigar al periodismo (Ver opinión de Kirschbaum). Diré muy poco de la crítica que recibe Aníbal
Fernández, actor importante a la hora de hincharle los huevos a la corporación
mediática, demonio principal para el diario, por “desestimar la ayuda del FBI
para combatir la inseguridad” (Ver nota de Niebieskikwiat). Mariconamente allí,
por no decir cipayamente, la cronista reproduce un facsímil extraído de las
comunicaciones secretas de la
Embajada de EEUU, llevados a la luz por ese extraño fenómeno
denominado WikiLeaks, donde Fernández, cuando era Ministro de Justicia, además
de rehusarse a recibir la ayuda del FBI norteamericano, mojándoles la oreja a
los yanquis además les dice en la cara, como corresponde a los códigos del
barrio, que las tasa de homicidios en la Argentina es significativamente más baja que en
los países vecinos tanto como en los Estados Unidos. La verdad no hay mucho que
decir. En lo personal prefiero un tipo que tiene claro lo que significa que el
FBI accione en el país y por eso les rechaza su “ayuda” a un lame botas que se
compra los espejitos de colores de los funcionarios yanquis de Washington. La
nota parece más bien un lloriqueo nostálgico evocando tiempos de relaciones
carnales que el resultado de una investigación seria. Hasta acá. El gobierno tiene sus entrenados
defensores mediáticos, no me asumo como tal.
Todo este escrito tiene que ver con el hartazgo. Una vez
más, vuelven con esto de la libertad de prensa pretendiendo que el público
piense que de lo que se trata es de “subordinar al periodismo”. El que lleva la
voz esta vez, su editor Kirschbaum. La categoría es nueva pero vieja al mismo
tiempo. El gobierno no censura como se hacía en épocas de dictadura dice
Kirschbaum en su editorial. “No existe censura directa” sostiene. Nunca explica
la supuesta categoría opuesta: la censura indirecta que parece sí estar
vigente. Coherente con el todo, nunca explica nada, nunca desarrolla un
concepto que pretende hacer funcionar como categoría de análisis. El editor del
clarinete habla de “condicionamientos”. Pero… ¿Qué entiende nuestro personaje
por condicionamientos? Que el gobierno no quiera poner publicidad oficial en su
diario, que utilice los medios estatales y a privados amigos para “demonizar y
descalificar toda aquella versión que afecte el relato oficial” (Las negritas
son de Kirschbaum). El rezongo llega al paroxismo total cuando el editor
acongojado dice.
“Lo cierto es que ponen empeño en esa tarea [está hablando
de los Ministros y de la tarea que según él, ellos llevan a cabo participando
en programas y diarios afines al gobierno para criticar a Clarín y hostigarlo
para tratar, supuestamente de subordinarlo] y se olvidan de que, entre sus
funciones, está la de garantizar los derechos de la sociedad, no de una porción
que le es adicta, no importan cuán grande ésta sea”. (Las negritas son de
Kirschbaum).
Tremendo… Quienes votan por K son adictos y los funcionarios
K idiotas que no cumplen el rol de defender el derecho de todos. El derecho de
todos es supuestamente el derecho a informarse con el objeto de construir
opinión. Derecho que el diario Clarín viola permanentemente. Derecho que el
diario niega a quienes sí como adictos reproducen lo que el clarinete y sus
acólitos dicen.
Se está confundiendo nuevamente a la gente. Acá no hay un
derecho, hay una necesidad. La necesidad del diario de decir lo que se le canta
sin que nadie diga nada, la necesidad de hacer resonar su clarinete, funcional
defensor de los intereses materiales del grupo y sus amigotes y de mantener
embobado a todo aquel sujeto interpretado, renuente a preguntarse si será
verdad. ¿Qué tiene que ver la publicidad oficial en esto? ¿Le faltarán fondos a
Clarín? ¿Se estará fundiendo y por eso quiere mamar de la leche que da la vaca
Estado? Leche frugal que el diario pretende hacer mermar todo el tiempo, dado
que siempre se pone del lado de quieres se rehúsan a aportar impuestos, de
quienes se miran el ombligo, de quienes desempolvan cacerolas cuando les tocan
el bolsillo, de quienes piensan sólo en ellos. Porque ese dinero de la
publicidad oficial sale de los impuestos que todos pagamos y la verdad el
gobierno lo invierte donde se le da la gana. No hay ley que lo obligue a
financiar todos los diarios. Por demás sería una tremenda huevada financiar a
quien todo el tiempo, con muy mala leche, pone palos en la rueda, desde la
crítica infame. En la esquina de casa te decían, “calentito los panchos”. En la
esquina, unos lo pibes más avivados dicen, “andate a cagar” “ganá una elección
y después hablamos”.
Por suerte cada vez son más los que comienzan a despertar
para ver que en realidad lo que tenemos entre manos no es una lucha por la
libertad o los derechos (valores que dicho sea de paso, el editor y los
chupamedias de Noble siempre ponen en el plano de la fantasmagoría) lo que
existe es una lucha por cuestiones materiales y concretas, por proyectos de
país diferentes y que en esa lucha, clarinete está perdiendo desde hace ya
varios meses porque el proyecto que contó con mayor aval de votos hace poco le
moja la oreja, se mete con intereses muy concretos que lo afectan.
Nota: Kirschbaum dice que quizá Boudou confunde la
militancia con el pogo “y sus seguidores entiendan que `la lucha’ sea el
insulto anónimo por Internet a cualquiera que siga algo que no encuadre en el
catecismo”. Quien esto escribe
reivindica una jugosa y suculenta puteada cuando del otro lado el interlocutor
es un soberano reventado, este epistemólogo devenido cronista ensalza el “sabes
qué… sos un pelotudo” cuando del otro lado hay un papanatas que se ofusca,
persigna e insiste en ir por el lado de la inconsistencia lógica y la falacia.
Ahora bien, me da la sensación que el enojo es desmedido. Conozco muchos amigos
que en sus blog, escriben sendas críticas al clarinete y las firman. No sé qué es
lo que molesta tanto a Kirschbaum. ¿Alguna puteada en Twitter? Vaya a saber por
qué está fastidiado con eso. Si mira bien, en la blogósfera podrá cosechar
buenos y grandes críticos (no este cronista, no me incluyo) que además de
constituir una masa crítica de intelectuales orgánicos dispuestos a pulsear
poder con el medio ya sea a favor del gobierno K o a favor de la lucha en
general, también estarían dispuestos a putearlo. Nota bis: desconfío del tipo
que quiere que todos sean sus amigos y nadie lo putee.
¡Pobre Clarín! Está condicionado por el gobierno que no
quiere poner publicidad oficial en sus páginas. El llanto me recuerda a la
llorona Pizza y sus reclamos cuando el partido se le ponía adverso. La verdad
me da lástima. ¡A ver si juntamos unos mangos para que el clarinete pueda
seguir sonando desafinado!
La verdad, a esta altura, es que aquel viejo “qué te pasa
Clarín, estás nervioso” quedó chico. Me viene a la mente un “me tenés podrido
Clarín”. En efecto, el diario del hombrecito clarinetista pudre. Y los
manotazos de ahogado se traducen como chapoteos en el agua de quien ya no sabe
qué inventar. Subestima la capacidad de análisis de quien lee, inventa lisa y
llanamente noticias, ve la historia con todas las respuestas construidas a
priori, fuerza los hechos para que encajen en su discurso, manosea la
información y haciendo todo esto dilata un triste final, el del que queda
pagando porque no sabe perder, el del que se va lloriqueando a casa porque no
tiene con qué. Como hacía Pizza.
Comentarios