Sobre la inseguridad, las sensaciones, el tratamiento
mediático del tema y la búsqueda de atajos para su solución, el libro
Tupacamaria de Demian Konfino atribuye a su personaje principal el siguiente
texto, basado en el Plan Nacional de Prevención del Delito, dirigido a los
medios de comunicación.
“Latinoamérica ha vivido un constante crecimiento de la
inseguridad urbana, desde la década del 90 a esta parte. Se trata de un problema
complejo que abarca una ambigüedad constitutiva. Existe una cuestión objetiva,
relacionada con el nivel de criminalidad, y una parte subjetiva del
problema, que es lo que se denomina
“sensación de inseguridad”.
En el caso de la criminalidad, lo que ha aumentado
notablemente son los “delitos callejeros”, proviniendo la mayor parte de sus
víctimas, como muchos de sus autores de los sectores más vulnerables de estas
sociedades capitalistas de nuestras urbes americanas. No se les escapará a
ustedes que éstos son el centro de atención de los “medios masivos”, y en su
consecuencia, son el núcleo generador de alarma social.
Asimismo son los delitos que generalmente procesa el sistema
penal, más allá de la alta cantidad que quedan impunes o que ni siquiera son
denunciados.
Mas también, a la par ha aumentado palmariamente los
“delitos de cuello blanco”, es decir, la criminalidad económica y la corrupción
política, que son desarrollados por sujetos con recursos económicos, sociales o
culturales mucho más elevados. A diferencia de aquellos, éstos sólo
excepcionalmente son procesados por el sistema penal, cuando la necesidad de
hacerlo debería ser prioritaria, no sólo por su entidad propia, sino también
por sus estrechos vínculos con los delitos callejeros.
En paralelo ha crecido significativamente la sensación de
inseguridad, lo que genera comportamientos de autoprotección o de evitamiento,
para reducir el riesgo de ser víctimas, surgiendo el abandono del espacio
público y la mentalidad de fortaleza, cuyos paradigmas son los guetos, quiero
decir, los countries, las chacras, los clubes de campo, los barrios cerrados.
La demanda social hacia las autoridades peticionando
“seguridad” también ha subido.
Se critica el funcionamiento del sistema penal, por su aroma
a ineficiente, lo que deriva en la desconfianza pública. Su causa habrá que
rastrearla en la impunidad de delitos graves que han conmocionado a la “opinión
pública” o en el crecimiento de la violencia y corrupción de las agencias
policiales.
La crisis de las instituciones de los sistemas penales ha
generado dos efectos realmente perversos para los objetivos de una sociedad
inclusiva. La seguridad urbana se ha privatizado, junto al auge de la industria
de la seguridad privada, reforzando las desigualdades sociales, ya que sólo
acceden a ella los sectores más pudientes de nuestras sociedades.
El segundo efecto se vincula con la aparición de este
problema en la agenda política, con un persistente reclamo de distintos
actores, léase señor Blumberg, Macri, doña Rosa y otros etcéteras, respecto a
un incremento de la punitividad en las políticas de control de delito, como
única herramienta. Quieren subir las penas.
Y ello, ha generado un aumento de las penas en forma
asfixiante. Se observan las superpoblaciones carcelarias que sólo son mitigadas
por matanzas periódicas perpetradas por los servicios penitenciarios.
Aumentos de la graduación legal de las penas, propuestas de
introducir penas de muerte al código penal, entre muchas otras, han producido
un correlativo incremento de los costos sociales y humanos de los sistemas
penales.
Señores periodistas, apelo a su humanidad, alejada de los intereses de su corporación. Es
necesario prevenir el delito de la única manera posible, a partir de políticas
sociales inclusivas por parte de los estados; a partir de transmisión de
valores como la solidaridad, el respeto por el otro.
Una sociedad desarticulada como tal, es decir,
individualista en sus componentes sólo se da cuenta del problema cuando lo
padece. Pero no le incumbe cuando el que lo sufre es el otro lejano, cuando el
riesgo está en otra parte. Si fuéramos hermanados nos jodería cuando millones
de personas quedan en el backstage del “progreso”.
Seamos buenos, ustedes tienen herramientas inmejorables para
comunicar estos valores, para exigir a los gobiernos que la gente se eduque,
tenga pan y trabajo.
Cada uno que aporte lo suyo. Todos somos miembros de este
colectivo. Todos nos debemos comprometer con él. Si queremos evitar el crimen,
subamos a todos a este bondi, que suban los excluidos, que todos tengan laburo
y puedan mandar a sus hijos a la escuela y después a la universidad. El sistema
penal simplemente debe ocupar un lugar residual, subsidiario. No exijamos
cárceles, exijamos escuelas.*
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