CRISIS FOR EXPORT: UN PRODUCTO DEL "PRIMER MUNDO"



Por Jorge J. Locane*

Der Spiegel (El espejo) es el semanario de actualidad política más vendido en Alemania. Su formato es similar al de publicaciones locales como la Noticias o la Veintitrés . Como ocurre con estas últimas, una prosa laxa acompañada por abundantes imágenes y una cuota de sensacionalismo intentan seducir a un lector que busca información rápida pero con una reflexión más elaborada que la que ofrecen los noticieros o incluso los periódicos. En tanto revista de consumo masivo, resulta indudablemente de gran influencia en la formación de la opinión pública alemana.


La edición del último ocho de agosto lleva de portada una imagen de dos aviones, hechos con un billete de cincuenta euros y de un dólar respectivamente, prendidos fuego y en picada. El mensaje es prácticamente explícito: tanto el dólar como el euro hoy se encuentran debilitados como nunca antes en sus respectivas historias. Es más, su fin, parece, es inminente. Hasta aquí, cualquiera que revise los evaluadores económicos internacionales de los últimos años podría estar de acuerdo. Curioso resulta, sin embargo –al menos para un lector brasilero, argentino o peruano, por ejemplo–, el título que encabeza la página y que, por supuesto, orienta la lectura de la imagen: “Geht die Welt Bankrott?”. Esto es: ¿cae el mundo en bancarrota?
 La operación de universalizar interpretaciones de fenómenos europeos o estadounidenses, incluso por parte de analistas no propiamente europeos o estadounidenses, no es algo nuevo. La maniobra, consciente o no, tiene que ver con las históricas relaciones de colonialidad que mantenían a las zonas periféricas enlazadas al destino de las metrópolis. Por otra parte, puesto que en los territorios dependientes el nivel de “civilización” nunca podía ser igualado al de los centros de poder colonial, las “verdades” enunciadas en estos últimos pasaban a ser automáticamente aplicables al resto del mundo; y esto, cabe aclarar, tanto para los exégetas europeos como para los vernáculos. En relación con estos últimos, ya escribía Arturo Jauretche en su momento que “La incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país”. Al margen de este coloniaje epistémico que, por cierto, aún hoy no ha sido del todo conjurado, lo que me interesa aquí es destacar cómo los diferentes medios que hacen a la red global de información procuran generalizar una crisis que no es más que la coda de un proyecto neoliberal vigente e incluso defendido con entusiasmo en los centros históricos de poder internacional.

La respuesta a la pregunta formulada por Der Spiegel es sencillamente no, pero no porque no exista tal crisis sino porque –como lo exhibe la imagen del euro y el dólar en picada, en tanto monedas exclusivas solo de algunos países– no es universal, no atañe estrictamente a “el mundo” sino antes a aquellas economías que siguen aferradas a un modelo de desarrollo fundado en la especulación y el libre comercio ortodoxo. Más aún, la crisis que afecta a estos bastiones del neoliberalismo es múltiple y profunda, de carencia de ideas e incluso, quizás, irreversible; mientras que los indicadores políticos –gobernabilidad, profundización de la democracia, legitimidad de los gobernantes, etc.– y económicos –desarrollo industrial, mejora de la distribución, crecimiento del PBI, etc.– especialmente en los países latinoamericanos  no admiten más que lecturas esperanzadoras. Consideremos, pues, algunos aspectos en más detalle.

El debilitamiento de la economía estadounidense, su creciente falta de credibilidad, ha conducido a una devaluación del dólar que a su vez ha repercutido rápidamente sobre el euro llevándolo a una sutil depreciación en vistas de mantener el nivel de competitividad. Alemania, asumiendo el rol de economía más sólida de la zona euro, busca contener a cualquier precio esta tendencia porque un euro caro le sirve para pagar materias primas, servicios y mano de obra fuera de su territorio de influencia. La industria alemana, de tanto prestigio internacional, es en realidad una serie de procesos encadenados y sucesivos que, después de recorrer las zonas más pobres del planeta, concluye en Alemania cuando al producto final se le estampa la valorada denominación de origen “Made in Germany”. Queda claro, por lo tanto, que un euro empobrecido le crearía grandes dificultades para cancelar deudas en el extranjero y mantener el ciclo productivo en sano funcionamiento. Por el otro lado, los países más débiles de Europa, que hoy en día son prácticamente todos excepto Francia y Alemania, se hallan en la encrucijada de sostener una divisa no competitiva para países altamente endeudados y con escaso desarrollo industrial o abandonar el euro, retomar políticas proteccionistas y ganarse la enemistad del poderoso vecino teutón. Para estos últimos, la situación es muy similar a la experimentada por nuestro país durante el Plan de Convertibilidad: una moneda cara, no representativa de los niveles de desarrollo económico reales, genera necesariamente desempleo, desequilibrio en la balanza comercial y, finalmente, una cesantía en los pagos de deuda.


Ahora bien, este desbarajuste económico tiene, a su vez, una dimensión social que se expresa en un crecimiento de la brecha entre ricos y pobres y en la progresiva precarización de estos últimos –todo esto empeorado por los planes de ajustes estructurales– y una dimensión política manifestada en la pérdida de credibilidad en la clase política y, por extensión, en el sistema representativo de la democracia formal. El movimiento de los indignados españoles 15-M, así como los argentinos que padecimos el experimento neoliberal, salen a las calles no a reclamar reformas moderadas y puntuales que descompriman la tensión momentáneamente sino antes el retiro de todos los representantes políticos y una redefinición radical del orden político, social y económico. Manifestaciones similares, aunque a veces más disruptivas y menos orgánicas, como sucedió hace pocas semanas en Inglaterra, son convocadas a diario a lo largo de todo el continente.


En lo que respecta a Nuestra América –sin perder de vista, claro está, las diferencias internas–, tanto los indicadores económicos como los que arrojan luz sobre el actuar de la conducción política tienden a ser relativamente alentadores. Tendencia que, conviene recordar, comenzó a perfilarse en mayor o menor medida para la mayoría de nuestros países hace alrededor de diez años cuando se emprendió un abandono e incluso un rechazo regional a las soluciones neoliberales. Brasil es, sin duda, el gran “milagro” que deja perplejos a los economistas internacionales, pero también Argentina, Ecuador o incluso Perú –un país que hasta la reciente llegada al poder de Ollanta Humala siguió con distancia el actual proceso de fortalecimiento identitario y económico de América Latina– muestran grandes avances y números positivos en la mayoría de las áreas. La fórmula, como nuestra presidenta intentó hacerles entender en vano a los españoles en su visita a la península del año pasado, consiste en un programa de desarrollo sostenido acompañado indefectiblemente por un plan de redistribución. En otras palabras, Argentina no solo salió de la crisis a la que nos condujo el neoliberalismo sino que también logró posicionarse como un país confiable, tanto para sus ciudadanos como para los inversores internacionales, dinamizando la economía por medio de un aliento constante y ampliado del consumo, es decir, precisamente aquello que las medidas europeas y estadounidenses de “salvataje” proponen limitar.


Recordemos para concluir que la presente crisis que efectivamente recorre Europa y EEUU, y especialmente a sus sectores sociales vinculados a la especulación, no es estrictamente un fenómeno de hoy. Por el contrario, sus primeros síntomas preocupantes comenzaron a advertirse a mediados del 2008 con la llamada crisis financiera de EEUU y en seguida con el estallido de la “burbuja” inmobiliaria en España. Desde entonces, hemos asistido a una seguidilla de iniciativas políticas equívocas que lo que han conseguido es agravar el desconcierto, trasladar la crisis a otros países y acentuar el descontento popular. Sin duda, la inepcia de los tecnócratas de los países más industrializados repercute indirectamente en las economías periféricas, la globalización nos ha hermanado a todos especialmente en la desgracia, pero como ya lo comprobamos en el 2008, en la medida que nuestros dirigentes mediten con responsabilidad e implementen las políticas adecuadas, lo único que tenemos que temer es una moderación en los vertiginosos ritmos de crecimiento económico de los últimos años. Una razón que justifica este pronóstico, y que la prensa internacional busca maliciosamente ocultar, es el hecho de que las redes comerciales coloniales que mantenían a los países latinoamericanos atados a un intercambio unidireccional con la metrópoli y más tarde con EEUU, si bien no se han desvanecido del todo, se hallan en un profundo proceso de descomposición. Basta recordar, por ejemplo, que los dos principales compradores de productos argentinos son actualmente China y Brasil, y recién después EEUU. Asimismo, en la medida que los mecanismos de redistribución en nuestros países se mantengan firmes en pos de sociedades más justas, los mercados internos se verán fortificados y consecuentemente con mejores chances para afrontar los coletazos del dragón agónico que eventualmente nos puedan alcanzar antes de su irremediable ocaso.


* Licenciado en Letras recibido en la UBA. En la actualidad está radicado en Berlín, Alemania, donde dicta clases de español.


Gentileza: Megafón

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