ENSAYO

*Por Juan Disante
¿Puede haber humanismo en un tiempo en que se está re-definiendo lo humano? Es la gran pregunta a responder.

Lo propio del siglo XXI es su extraordinario progreso tecnológico y su incesante migración de datos e informaciones a través de Internet. Allí se transmite la presencia en la esfera pública mundial de la cultura y aspiraciones de muchos pueblos con estructura de vidas diferentes. Pero simultáneamente pinta el fondo de estos vínculos la invasión de un poder sistémico, que puede definirse como un espíritu que pide volcarse hacia la “utilidad” de todo lo que pensamos o hacemos. Muchas conciencias terminan aceptando que la idea de utilitarismo significa “poseer cada vez más”, un concepto trunco, desfigurado, tomado de la antigua frase de Demócrito: “poseer cada vez más para ser cada vez menos”.

Es de reconocer que la forma actual de democracia, que podemos caracterizar de plausible, desmañada e inacabada nos trae un presente de gran mutación ideológica y social. Hoy, el uso de las libertades estropeadas por el manipuleo culpabiliza más al poder que a la sociedad civil.

La influencia de los medios de comunicación y de las nuevas interpretaciones de la población como resultado de esta democratización deforme, convierte a todo en un vértigo que quita un espacio de reflexión que diferencia a las sociedades actuales de las que vivíamos hasta hace medio siglo, en donde se partía de que el desarrollo del ser humano no dependía de “golpes mágicos”, sino de una elaboración de saberes y responsabilidades que nacían de las humanidades tradicionales. Entonces nos preguntamos, si es que se hace evidente que está cambiando lo “humano”, ¿qué ocurre con las humanidades? ¿Es que se interpreta como un fracaso la formación tradicional anterior? Puede que sí, tal vez aquel estricto esquema de evaluación del mérito, tanto educativo como político, haya sido uno de los adversarios principales para la vida pública y la sociedad; ¡pero cuidado!, acá está presente hoy (¿cómo respuesta?) el nuevo gran adversario, el afán de lucro, la rentabilidad, tomada como una mal calificada “ciencia” dura, como un proyecto único, mientras se produce una especie de vaciamiento de las subjetividades tal como se entendían tiempo atrás, y que tampoco eran perfectas por cuanto relegaban el cultivo de las humanidades a torres de marfil, reservadas a unos pocos. Hoy, en el otro extremo, ya se puede hablar de “torres de control” que avanzan por distintos medios, operados por intereses corporativos.

El nuevo siglo nos recibió con la engorrosa tensión entre dos puntas, utopía y distopía.

La globalización mundial, vista como un faro que lo ilumina todo, trajo todo lo neo, lo post, lo pro, que son la promesa de futuro con desgobierno de regalo. Y los medios electrónicos que lo caracterizan, generan “sistemas frontales” de ver, pensar y sentir nuevas subjetividades y sentimientos que producen transformaciones en los actos y en el pensamiento. Reina el embuste enredado para apuntalar las contradicciones como certeras para que pasen por verdades. Existe la intención de crear anteojeras históricas que impongan la imprevisibilidad como dogma y sustituyan las palabras por imágenes. Se trata de formas no lineales de aprehensión porque los embrollos del azar y las imágenes alertan a la mente humana sobre posibilidades de mensajes subliminales.

En las nuevas épocas, los niños y jóvenes se informan más en los medios de comunicación y celulares que en las escuelas. Lo hacen de una manera más rápida y mucho menos reflexiva, por cuanto son objeto de aluviones de imágenes y estímulos que les crea modificaciones de hábitos de vida y de percepción sensorial. Esta impresión en sus mentes puede compararse a un disco duro, sin recuerdo del pasado y con muy pocos ejemplos dignos de personajes preclaros de nuestra nacionalidad.

Existe una tendencia que impone la situación burocrática actual llamada NEOLIBERALISMO y/o POSVERDAD de las ciencias sociales y humanas, que trata de ocultar progresivamente la memoria del pasado, las disciplinas humanas, las lenguas y textos literarios, la enseñanza sólida, la fantasía y creatividad, el arte, la investigación, el pensamiento crítico y el horizonte civilizado legado de las bienhechoras tradiciones nacionales.

Si se mantiene la tendencia dependiente de ésta pos-cultura interesada, perteneciente al poder, se correrá el riesgo de producir generaciones de máquinas utilitarias en vez de ciudadanos realmente libres.

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