LOS POLVOS DEL MIEDO


*Por Carancho Ramírez

Cualquier militante de nuestra generación que pasó por el Pabellón Uno de la U7 en tiempos de la dictadura, le habrá tocado en algún turno, hundirse en ése mundo inescrutable- hermoso y doliente- del alma humana, a la que te llevaba el gallego Emilio Mira y López con su libro los Cuatro Gigantes del Alma. Para los que ignorábamos la investigación científica de la naturaleza humana, recorríamos asombrados sus páginas. Algo nos quedó de aquél gallego que nos explicó que en la esquina anterior a la modernidad psiquiátrica, idealistas y materialistas desguazaron al hombre. Unos metían la “materia” en el bolso y el otro se quedaba con el alma. El Real y el Barsa de la psicología. Parece que después armaron un seleccionado, una síntesis dialéctica valorando la influencia externa del terreno, el lugar y el tiempo histórico en que nace, vive y se desenvuelve el hombre. Así, casi de puzuca comenzamos a mirarnos nosotros mismos y a valorar las desmesuras festivas de nuestra generación de revolucionarios zarpados, hecha de alegrías colectivas, de triunfos populares y revisar nuestros calvarios dolorosos, solitarios, terminales. Estas existencias extremas conviviendo con la alegría y el dolor tendrían que habernos calentado o enfriado el motor de nuestras pulsiones vitales, incorporando cicatrices sutiles en el alma y en la población neuronal. Así, de polizontes se acobacharon en la bodega maternal los ayes de la Sala Negra o el sonido maldito del acordeón del oficial Sotelo, signando la vida en bandolera de los que traíamos a la vida, después de regresar de la muerte. Nuestros hijos, los mejores, trajeron en su memoria vital ésa carga de desmesura, de dolor, de espanto que arrastramos los padres que pertenecemos a una generación zarpada que se reía de la ferocidad del imperialismo y de la impiedad de la oligarquía.. Nuestros hijos pos dictadura tienen falla de fábrica y los rayones que aparecen en sus almas, son el correlato de nuestra conciencia mutilada. En las neuronas que le faltan o que le sobran, aparecen las luces y las sombras de nuestras trepadas audaces persiguiendo un mundo utópico, riéndonos con carcajadas estridentes en el rostro del imperio y de nuestras caídas profundas con temblores y convulsiones pavorosas. Los polvos del miedo, son hijos del amor aunque el abismo de Videla, Massera y Ruiz Palacios prolongue sus borrascas en ellos y las calles sucias de ésa Argentina derrumbada agraven sus dolencias. Viajero de la historia, nunca estigmatices los frutos juveniles enfermos que aparecen diariamente lastimando y lastimándose y menos desdeñes y caricaturice la ceguera amante de sus padres, porque ellos son polvos del miedo echados por quienes amaron la vida en tiempos de la muerte.

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