SOBRE LAS VIDAS Y LAS VICISITUDES DE LA VIDA

*Por Violeta Paula Cappella

Hablando con mis padres sobre temas de la vida y las vidas que nos rodean, nos asombramos de la poca “humanidad”, si es que esta palabra cabe aquí, de algunas reacciones y acciones “humanas”.

Trátese ya un juicio sobre un congénere humano que ha caído en la desgracia de una enfermedad terminal o sobre alguien que está en las postrimerías de su vida, deberíamos tener muy en cuenta que estas circunstancias a todos, en algún momento nos pueden afectar. Nadie es ajeno a la vejez, a no ser que fallezca en sus años de juventud, adultez o niñez, nadie es ajeno a la enfermedad.

El deseo de muerte, el deseo de ver una vida estropeada y resumida a despojos, no tiene justificativo alguno.

Cada pueblo, cada ciudad, cada religión, cada institución tiene el mandatario que se le asemeja o que le es idéntico; y esto, a causa de cuán elevados sean sus votantes, sus correligionarios, sus compañeros de andanzas políticas.

Si no hemos votado, no hemos elegido a quien esté en un determinado poder por estar en otro sector, por divergir con la ideología o las ideas, tampoco estamos autorizados a desear ver sucumbir de la forma más trágica e indigna a nuestro oponente. No se trata aquí de quedar bien o mal ante la sociedad, ante uno mismo, ante Dios, se trata de resignificar la cualidad humana, que es la que nos compete. Porque todo es un eterno retorno, porque todos en algún momento detendremos la mano antes de tirar la primera piedra porque sabemos en nuestro fuero interno que podemos ser el próximo apedreado.

Sé y acuerdo en cuán difícil es abstenerse de juzgar a alguien cuando vemos que todo anda mal, cuando los acontecimientos se despeñan de una manera totalmente inesperada, pero también sé y acuerdo en que lo que se desee al otro, se desea para sí mismo, pues el derrumbe, la caída fatal del otro no genera liberación inmediata; muy por el contrario, genera automática desorientación, caos y depresión, tanto en quienes consintieron con un mandato de lo que sea, como en quienes no. Luego, quizás, si preponderan la razón, la justicia y la moral, aparezca la tan ansiada liberación.

En la historia de la humanidad, hemos pasado por miles de dictadores, déspotas, tiranos, genocidas e inquisidores y poco hemos aprendido de ellos para decir con contundencia “ya no”, “ya basta”, “nunca más” y esto, antes de que asuman un determinado poder.

Cuando un gobierno genera caos en su propio país o en una institución, nos arrogamos el derecho de echarle toda la culpa encima a uno o dos personajes visibles. Nos focalizamos en una o dos personalidades a lo sumo y nos postulamos como críticos espectadores lastimosamente inoperantes. Si se trata de política, la operatividad está en la militancia o en el esclarecimiento fidedigno de los acontecimientos, ser una especie de racional vocero de las propias ideas e ideales. Si se trata de religión, será el anclaje en la fe, la oración, la convocatoria a un determinado poder espiritual o la evocación de los valores teológicos.

Con esto no estoy exigiendo ni silencio ni censura de la expresión y libre expresión; sí estoy solicitando humildemente mesura, pues la mesura está acompañada de la razón y la moral.

De nada sirve proclamarse antinazi, por ejemplo, gritando a los cuatro vientos: “HITLER ES UN HIJO DE PUTA”. Sí es válido explicar para que finalmente y de una vez por todas se entienda racionalmente a qué condujo el nacionalsocialismo; para que tan trágico acontecimiento histórico nunca más se repita. (También alguna vez, habremos dicho que “fulanito”, un absoluto intrascendente e irrelevante para la historia de la humanidad, “es un hijo de puta” y “fulanito” lejos está de ser un Hitler.)

De nada sirvió engolosinarse con el cáncer que terminó con la vida de Eva Perón, ya que, a posteriori de su deceso, se convirtió en una santa, en un modelo a seguir, en un traspasamiento de su personalidad y espíritu (de lucha) hacia cualquier mandatario peronista o no que la invoque, sea de derecha o de izquierda; a todos les cae como anillo al dedo.

Por esto mismo, de nada sirve engolosinarse con la vejez de Fidel Castro o la enfermedad de Hugo Chávez (y ni que hablar de algunas aberraciones que he escuchado sobre Benedicto XVI, y aclaro, no soy ni chavista, ni castrista ni católica), que desde ya se convertirán tras sus decesos, en mitos, en referentes invocables por todos los que deseen tomar el poder desde una u otra vereda, pues con el paso del tiempo lo que es izquierda sirve a la derecha y lo que es derecha sirve a la izquierda y para convencer a unos y a otros se recurre a mitificar más aún el mito.

El displacer busca siempre una salida; la más común es el chiste, que no es poca cosa, pues en él está el placer. La otra salida es la crítica mordaz, un aspecto de la perversión, que a su manera, también propone placer.

Pero, y muy lamentablemente, ni el chiste ni la crítica mordaz proponen renovación, postulan cambios fundamentales u otorgan soluciones factibles de ser aplicadas; sí existe en ambos (en el chiste y en la crítica mordaz) una verdad velada, del mismo modo que existe una verdad evidente al vociferarse “Hitler es un hijo de puta”; sí existe en ambos (en el chiste y en la crítica mordaz) catarsis, donde catarsis y verdad velada se conjugan para poder expresar (no siempre) de una manera menos cruda, una realidad trágica. Expresar, sí, bien digo, aunque expresar, por lo común y en lo vulgar no es explicar, debido a que la validez de la expresión se basa y relaciona con cuán didácticamente explicativo se sea.

“Hacer leña del árbol caído” es ser un holgazán intelectual. Explicar, aclarar, esclarecer, es mucho más complejo; implican imbuirse del problema, actual o histórico, leer, investigar, analizar, reflexionar y meditar, tarea a la que no todos están dispuestos y predispuestos.

Muchas veces, uno se encuentra en irreversibles circunstancias donde la irracionalidad domina e ineluctablemente se llega al extremo de consentir y hacer creer que uno es de la misma opinión cuando en oculta sinceridad, se está del otro lado. Si dos, tres o miles, en una reunión crean una masa informe y/o deforme de opinología barata y tozuda, poco y nada se puede hacer. La cuestión es aquí salir ileso; para ello, uno apela generalmente al silencio; en caso de no poder porque la masa mental sobre-estimulada demanda una respuesta, simplemente uno se posiciona en “seguir la corriente a los locos”. Sí, salir “ileso”: nunca se sabe en qué pueden detonar cinco o veinte enajenados, alienados, desquiciados… Esto no es hipocresía porque el consentimiento dura lo que la reunión, después, a través de la acción y reacción, fuera ya del ámbito de la locura, se demuestra que uno es de otra opinión. Dirán que se uno hipócrita o miedoso, seguramente, porque jamás podrán comprender y ni tan siquiera y meramente atisbar sus propias carencias de autonomía a la hora de tan sólo emitir o esgrimir un mínimo pensamiento racional y legítimo. (A “morir heroica e inutilmente” en el campo de la sinrazón, prefiero el exilio; desde allí, se puede seguir trabajando.)

En un momento de estallido emocional, uno puede caer a un acto de insulto y desatar una bronca acumulada, sea ya en público o en privado, llorar frente a una enorme injusticia y decir “ahí está el hijo de puta de Fulanito” u “ojalá que fulanito reviente” y esto es grave, deberíamos cultivar el aplomo para poder ver las causas y reales consecuencias con mayor claridad. Lo aún mucho peor es cuando esto se multiplica indefinida y casi eternamente y todos los días miles lo repiten una y mil veces al día, haciéndose eco de la ira, el odio y el deseo de venganza ajenos. Algo aquí no funciona… Y lo que no funciona es justamente la indefinida y casi eterna iteración de lo mismo, porque se convierte eso, en un eco, que en principio aturde aunque a la larga se extinguirá en una última débil, casi imperceptible voz, por allí perdida. Y hay algo aún muchísimo peor y es cuando el eco retorna distorsionado después de muchas décadas en: “¡Puta, Fulanito, hijo, dónde estás!”. Esto es el displacer que inexorable y imperecederamente estará siempre presente.

Cabe pues y para finalizar, mirar a nuestro alrededor, pensar cuántas veces hemos sido “hijos de puta” porque sí para otros, que hay alguien cercano a quien amamos y otro le está deseando la muerte o la peor de las desgracias, o que tal vez haya otro alguien, que esté deseando todo esto, todo junto y aún más para cada uno de nosotros.

“… Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”, tarea harto ardua y comprometida mas no imposible, estamos para aprender, y en este caso, la infinita iteración consciente durante siglos y siglos, dará seguramente algún día sus frutos.


*Desde los Pagos de Andino, a orillas del Carcarañá, 12 de Febrero de 2013.

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