*Por Daniel Cecchini
El cronista pertenece a una generación para la cual la
política ya ocupaba un lugar central durante la adolescencia. A los 16 años, en
1972, empezó a participar activamente en las asambleas del Colegio Nacional de
La Plata y la masacre de Trelew marcó un hito trágico que lo llevó a acercarse
a diversas organizaciones estudiantiles para ver qué propuestas tenían –no sólo
en el orden reivindicativo estudiantil sino en el político nacional– y con
cuáles se sentía más identificado. En 1973, cuando estaba en quinto año,
participó de una larga toma del Colegio, con el objetivo de provocar la
renuncia de un rector que había estado plenamente consustanciado con la
política represiva de la dictadura autodenominada Revolución Argentina. De esa
toma, que duró semanas, participaron la mayoría de los estudiantes de cuarto a
sexto año –es decir, los que tenían entre 16 y 18 años– y algunos de menor edad.
Por supuesto, el panorama se completaba con un buen número de estudiantes
desinteresados, los cuales resultaba difícil convocar, aunque acompañaban
pasivamente la propuesta central.
Durante esas semanas, que transcurrieron en una situación de
asamblea casi permanente, muchos docentes y padres se acercaron a hablar –y a
discutir– con los estudiantes. Uno de los ejes de esas discusiones fue si la
política debía entrar o no al colegio. En realidad, se trataba de una
disyuntiva inútil: la política ya estaba adentro del colegio y era parte
fundamental de su vida cotidiana. No podía ser de otro modo, ya que esos mismos
estudiantes que habían tomado una medida de fuerza y discutían de política en
el colegio también lo hacían en sus casas, en la calle y en el campo de
deportes luego de agotarse jugando al fútbol.
Algunos militaban activamente en partidos políticos o en
organizaciones peronistas o de izquierda, otros estaban simplemente interesados
y querían manifestar su opinión. Finalmente, también estaban aquellos para
quienes todo eso era una pérdida de tiempo.
Han pasado casi cuarenta años de aquella circunstancia
especial de la historia política argentina. Poco después, la dictadura genocida
borraría con sangre cualquier intento de participación política y más adelante
–salvo el breve interregno de la primavera alfonsinista– el neoliberalismo de
mercado terminaría de desatar los lazos sociales de gran parte de la sociedad
argentina, incluida la juventud.
Hoy, nuevamente, la política forma parte de la vida cotidiana
de los jóvenes. Discutir si los jóvenes que hoy tienen 16 años deben o no
participar de la vida política argentina es una disyuntiva tan inútil como la
planteada hace casi cuatro décadas en aquella asamblea del Colegio Nacional.
Que puedan votar es simplemente permitirles ejercer un derecho que les es
indispensable como sujetos políticos que son. Igual que los adultos.
Fuente: Miradas al Sur
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