ENTRE SANTIAGO I Y MALAQUIAS II (La Iglesia y los gobiernos populares latinoamericanos)

*Por Jorge Torres Roggero


1.- Santiago I

El 9 de julio de 2009 publiqué en este blog  (Confusa Patria) un artículo titulado “Malaquías II” en que se reflexionaba sobre la actitud de la Jerarquía Eclesiástica en los frecuentes golpes de estado que asolaron nuestras patrias bicentenarias. Curiosamente, el rasgo común que definía la intervención clerical no era compartir la precariedad y la intemperie del “pueblo de Dios”, sino una consciente complicidad con los sectores oligárquicos, las corporaciones y “el imperialismo internacional del dinero”, como diría Pablo VI.

Hace sólo unos días la historia se repitió en Paraguay. El presidente de la Conferencia Episcopal paraguaya conminó al ex obispo Fernando Lugo para que renunciara “dado el bien nacional y para preservar la paz y evitar más violencia y muerte”. Seguramente, el sermón tendría que haberse dirigido a los terratenientes que acaparan la tierra y la riqueza del país y no a un bien intencionado presidente democrático con las manos atadas por la oposición y la conspiración mediática.

Pero algo más pasó. El nuncio apostólico del Vaticano, Eliseo Ariotti, fue el primer representante diplomático en encontrarse con el golpista Federico Franco. Antes que EE.UU., antes que las potencias hegemónicas que expolian nuestra región, Ariotti lo hizo “para honrar a las autoridades paraguayas” en una “conversación muy personal”. Mientras el nuevo presidente sólo ha generado el rechazo de los países de la región, la Iglesia Católica lo reconoce con extrema celeridad.

Añádase este otro detalle. El Nuncio Apostólico celebró una misa a la concurrió el Presidente y 300 selectos feligreses. La prensa publica la foto de Franco recibiendo la comunión de manos del Prelado (Cfr. Página 12, 24/06/12).

Ahora bien, si nos atenemos al título canónico, Nuncio Apostólico significa que se trata de un enviado para anunciar la Buena Nueva que Cristo encomendó a los apóstoles. Ciertamente, ante tal conducta, no podemos menos que recordar a Santiago I, 2-9:

“Hermanos míos: no queráis conciliar la fe de nuestro Señor Jesucristo con la acepción de personas. Porque si entrando en vuestra congregación un hombre con sortija de oro y ropa preciosa y entrando al mismo tiempo un pobre con un mal vestido, ponéis los ojos en el que viene vestido brillante, y le decís:siéntate tu aquí en este buen lugar, mientras que decís al pobre: tú estate ahí en pie o siéntate acá a mis pies, ¿no es claro que hacéis distinción dentro de vosotros mismos y os hacéis jueces de sentencias injustas? Oíd, hermanos míos muy amados, ¿no es verdad que Dios eligió a los pobres en este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que Dios prometió a los que le aman? Vosotros, al contrario, habéis afrentado al pobre. ¿No son los ricos los que os tiranizan, no son esos mismos los que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue sobre vosotros invocado?”

Los obispos paraguayos, el Nuncio Apostólico ¿hicieron acepción de personas, se quedaron “con los hombres con sortija de oro y ropa preciosa”, con los 300 mercaderes del templo y mandaron a la plebe de los pobres a la intemperie, al medio de la plaza, para que fuesen gaseados, apaleados, atropellados por la policías y las fuerzas de seguridad? Ciertamente, era la plaza el lugar santo para la sagrada liturgia.

2.- Víctimas y verdugos



El día 4 de julio de 2009 me llegó un mail extraño. Reproducía un correo del cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Madariaga. Dos cosas me llamaron la atención. Por un lado, la copia adjunta del “Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras” en apoyo del golpe de estado; por otro, una lacrimosa victimización. En efecto, en pocas líneas, el cardenal se justifica por no haber dado antes ningún pronunciamiento sobre el golpe de estado porque los prelados nececitaban “tener documentos y fue difícil obtenerlos”: “Pero hoy lo hemos hecho. Lo lancé por radio y televisión y a los 5 minutos me amenazaron de muerte. Hay venezolanos violentos y mucha milicia popular armada.[…] Pero no tengo miedo. En caso me toque el viaje al cielo allá estaré mejor”. Es el viejo simulacro de la “persecusión” religiosa lanzado desde cómodas poltronas y con la guardia pretoriana ofrecida por los golpistas.

Mientras el dignatario usaba los medios de comunicación para avalar la legalidad del golpe y darle el apoyo oficial de la Iglesia, los movimientos sociales, sindicales y la sociedad civil sufrían una salvaje represión militar. Los miles de manifestantes que esperaban a Zelaya en protesta pacífica fueron víctimas de francotiradores apostados en el aeropuerto. Allí, entre el pueblo humilde, estaba el primer “martir”. El Cardenal, que había enseñado a su discípulo Mel Zelaya “la opción por los pobres” en el Colegio San Miguel, atrincherado con los golpistas, no se pronunció sobre lo que le hicieron a su alumno ni a su desprotegida familia.

3.- Recuerdos del 55

Debo confesar que no soy dado a las reminiscencias inútiles. Pero no pude dejar de evocar lo que aconteció en Argentina durante la Revolución Libertadora de 1955. Reviví la bronca adolescente: curas convertidos en “comandos civiles”, unidos a la oligarquía y el imperialismo para despojar al pueblo de sus derechos bajo el lábaro constantiniano de “Cristo vence” (In hoc signo vinces).


Desde entonces, como diría Jauretche, llevo muchas “cuadreras corridas” y he aprendido ciertas cosas. Me bastó ver los noticieros de CNN y Telesur para conocer la calaña de los golpistas y el fervor de los humildes y desheredados que defienden una esperanza. Pienso para mis adentros que, con errores y deficiencias, en Honduras recién estaba comenzando lo que los argentinos afrontamos en la década del 40: el advenimiento de la justicia social. Desgraciadamente, como en 1955, la jeraquía católica se puso de nuevo codo con codo con la oligarquía. No es nuevo en Latinoamérica: lo mismo pasa en Bolivia, en Ecuador, en Venezuela y en la Argentina presente.

El episcopado esconde, tras un lenguaje hipócrita de falsa pacificación, sus opciones políticas. Abusando de un sociologismo barato y antievangélico en que se da por sentado que las categorías de “clientelismo” y “populismo” modelizadas por izquierdas y derechas neoliberales son verdad revelada, hacen oídos sordos al clamor de los humildes y se ponen abiertamente del lado de la ola golpista que ha comenzado a recorrer América. Como en la época de la Independencia, la Jeraquía Católica hace suya la palabra del dominador y tiembla, con el miedo de Caín, ante la creciente emancipación de los pueblos.

Volvamos al paradigma que nos ofrece 1955 como categoría de análisis y grito de alerta. En ese entonces, la jerarquía católica comenzó a alarmar a la opinión pública fingiéndose víctima de una persecución más ominosa que la de los emperadores romanos. Sermones y panfletos violentos de circulación libre, refutaban esa pretensión de “mártires”. La principal calumnia que se echaba a volar desde las sacristías era que Perón pretendía fundar la Iglesia Justicialista Argentina. Cruzados de la “causa justa”, la oligarquía, las fuerzas armadas y el imperialismo cerraron la operación de pinzas imponiendo a sangre y fuego la “ortodoxia” democrática frente a la supuesta “segunda tiranía”. ¿Persecución religiosa, mártires? Perón, como ahora Zelaya, había dado sobradas pruebas, no de santidad, sino de su vocación cristiana. En un discurso ante todos los obispos había confesado: “Declaro, pues, mi fe católica. Quiero señalar que siempre he deseado inspirarme en la enseñanza de Cristo”. Nuestra religión “es la religión de los pobres, de los que sienten hambre y sed de justicia, de los desheredados y sólo por causas que conocen bien los eminentes Prelados que me honran escuchándome, se ha podido llegar a una subversión de valores y se ha podido consentir el alejamiento de los pobres del mundo para que se apoderen del templo los mercaderes y poderosos y, lo que es peor, para que quieran utilizarlos para sus fines interesados”.

El padre Pedro Badanelli, en un libro titulado Perón, la Iglesia y un cura, señala que la persecución denunciada por la Iglesia se debió al intento de subordinar al poder civil, convertirse en cabeza de puente de la oligarquía e impedir así el ejercicio por parte de Perón de sus obligaciones de gobernante. Como les había aclarado a los obispos, el presidente se ocupó simplemente de legislar, como él decía, para todos los argentinos “porque nuestra realidad social es tan indiscutible como nuestra realidad geográfica”.

Lo que la Iglesia menos debe esperar de un católico es que gobierne para su exclusivo interés. Por eso el derrocamiento del gobierno popular en 1955, se debió fundamentalmente a la gran traición del clero. Fue, en última instancia, el resultado de una “batalla que el capitalismo internacional le ganó al obrero argentino”. Badanelli postula que el error del clero argentino fue ponerse de parte del capitalismo. ¿Por qué, se pregunta el cura en 1960, si uno mira el mapa mundial pareciera que todos los que amparan a los “obreros” son “tiranos”; y todos los que los explotan son “demócratas”?

4.- Malaquías II


La triste vida de los obispos argentinos y latinoamericanos discurre entre visitas a empresas, casas aristocráticas, oligarcas de todo pelaje y “doctores”. En una palabra, inmersos en la “vida social” (cfr. La razón de mi vida) terminan atrapados en una red de compromisos políticos. Dice Badanelli: “Es muy frecuente ver a un obispo tomando el “té de las cinco” en casa de las señoronas”, pero es difícil encontrarlos tomando un mate familiar y solidario en el rancho de un pobre.

Encarnizados y solapados enemigos de Evita, emprendieron con sistemático encono el ataque a la Fundación. Se empeñaron al resucitar las viejas fórmulas de dominación: la Conferencias Vicentinas y los “bonos de pan” de empingorotadas Damas de Beneficencia. Nadie les restaba mérito a estas “buenas obras”, pero resulta incomprensible la animosidad de los clérigos hacia la Ayuda Social y, lo más lamentable, su extensión a la persona de Evita, que padeció el odio furioso y la calumnia de los curas.

Los obispos, según Badanelli, piensan al unísono y, cualquiera sea la circunstancia nacional que analicen, siempre dicen la mismo. Las farragosas cartas pastorales, redactadas generalmente por uno de ellos, conforme a un esquema acordado y a una especie depatern cínicamente edulcorado, dicen siempre lo mismo y eso es “unanimidad de criterio”. Sería interesante realizar un currículum de un obispo de Argentina y Latinoamérica. Las más de las veces de cuna humilde, va poco a poco dejándose enredar por los intereses de los “benefactores”. Los “benefactores”, generalmente prominentes explotadores de sus trabajadores, son la fuente de su poder. No hay congregación religiosa que carezca de latifundios o tambos en la pampa húmeda, yerbatales en Misiones, bodegas en Cuyo, estancias en la Patagonia. O sea son también “productores rurales” y encuentran natural bendecir los cortes de ruta de los patrones golpistas de aquí y el asalto al poder en Honduras. No existe corazón más duro que el de un cura. En vano clamó el “excomulgado” Perón su actitud cristiana, en vano reafirma Zelaya su religiosidad y pide comprensión y una mirada compasiva al Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, su maestro y catequista.

El 7 de marzo 1955, Monseñor Crisanto Luque, junto a veintidós obispos, publica una pastoral del Episcopado de Colombia que Badanelli refutó en una Carta Abierta. Como parte del plan desestabilizador en Argentina, el documento condena la doctrina justicialista. Sostenían los prelados colombianos que la justicia del peronismo no era la del evangelio y que el peronismo era peligroso para los católicos.

Pero eso no fue todo. En un comentario de la Radio del Vaticano, en ocasión de una fiesta patria posterior al golpe de 1955, la Iglesia se congratula por el “anhelado retorno a la normalidad en Argentina” y pide colaborar con los usurpadores. Recuerda que los “recientemente pasados acontecimientos”, cuyas consecuencias aún “sufre” el país, “ha mostrado de qué manera el sentimiento católico está profundamente arraigado en el pueblo argentino”. Propugna que hay que contribuir al “retorno de la paz segura y verdadera” para que en “estos momentos históricos de la Nación Argentina, sepa demostrar a la Iglesia la gratitud que merece” y “sólo los derechos de la Iglesia únicamente pueden fortalecer” a los espíritus y asegurar un futuro digno. ¿Qué colaboración pide el Vaticano? ¿Con los vende-patria, los fusiladores de heroicos militares del pueblo, los asesinos de los obreros de José León Suárez, los masacradores de Lanús, Berisso y tantos otros lugares, los responsables de más de quince mil encarcelados?

Esto parece pasado, pero en Honduras y en toda América Latina, salvo dignas excepciones, la Jerarquía Católica es propensa a vilipendiar, denunciar y calumniar a sacerdotes y fieles comprometidos con la “opción por los pobres”. Pareciera que Medellín y Puebla no hubieran sucedido y su voz sigue resonando en el desierto. Por eso el cardenal hondureño y sus obispos, pueden decir que el golpe ha sido “apegado a derecho” y que “cuando fue capturado” la “persona requerida” “ya no se desempeñaba como presidente”. Lo acusa, además, como “responsable de los delitos de: CONTRA LA FORMA DE GOBIERNO, TRAICIÓN A LA PATRIA, ABUSO DE AUTORIDAD Y USURPACIÓN DE FUNCIONES”. Desgraciadamente esa no era la Palabra que debían anunciar. Eran ventrílocuos de los usurpadores. ¿Nada sobre la represión contra los pobres? ¿Y sobre los muertos pacíficos (“bienaventurados los pacíficos”) que no eran por cierto “milicia popular armada”?

En 1955, los curas cordobeses, apacentados por el refinado Monseñor Lafitte, vitalicio aspirante a cardenal, escondían las armas en los altares del templo. Convirtieron “la tierra santa” en arsenal de guerra. Con las manos de bendecir, empujaban a los jóvenes de Acción Católica a la muerte y al odio.

Desde entonces, las masas populares dieron la espalda a la Iglesia. Ahora los clérigos ya no visten sotana y hasta los obispos lucen de sport, pero en aquel entonces, lo recuerdo con pena, cuando un obrero veía un cura tocaba “fierro” o gritaba “cuervo”. En los vagones del ferrocarril era frecuente esta inscripción referida a la “Córdoba heroica”: “mate un cordobés y dos curas”. ¿Barbarie? No, sólo profecía, recitado humilde de Malaquías II:

“Y ahora a vosotros sacerdotes, os digo: maldeciré vuestras bendiciones y las maldeciré porque no pusisteis mi gloria sobre vuestros corazones. Porque los labios del sacerdote deben guardar sabiduría, más vosotros os habéis apartado del camino y habéis escandalizado a muchos por violar mi ley. Por lo cual os he hecho yo también despreciables y viles ante los ojos del pueblo, porque no guardasteis mis caminos y tratasteis la ley con acepción de personas. Y aun esto habéis hecho: cubristeis de ignominia el altar del Señor, de lloro y de gemido, de manera que no miraré más el sacrificio que me ofrecéis, ni recibiré de vuestras manos cosa alguna que pueda aplacarme”



Fuentes: “Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras”, Tegucigalpa, 03/07/09; Misiva del Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga por correo electrónico del 04/07/09; Badanelli, Pedro, 1960, Perón, la Iglesia y un cura, Buenos Aires, Editorial Tartessos; Perón, Juan Domingo, 1973, Una comunidad organizada y otros discursos académicos, Buenos, Ed. Macacha Güemes; Malaquías II, (espigado entre versículos 1-13 por Badanelli).

Comentarios