Después de 25 años volvió a reeditarse José
Es uno de los primeros libros sobre la militancia de los ’70. Lo
escribió Matilde Herrera, a quien la dictadura le desapareció a sus tres hijos.
Una madre con sus tres hijos ilustra la foto de esta nota.
En primer plano está la mamá, Matilde Herrera. Periodista, escritora, poeta. La
rodean sus hijos, que tuvo con Rafael Beláustegui: Valeria, la mayor; José, el
del medio (con bigote); Martín, el más chico (con cara aniñada). ¿Había en ellos
un sentimiento premonitorio? Se podría inferir por esos rostros graves, las
miradas duras, las sonrisas que no aparecen, las ropas de un único color negro.
¿Presagiaban lo que vendría: la muerte, la aniquilación, la oscuridad?
Esos tres chicos que inquieren desde esta página ya no
están. Militantes del PRT-ERP, fueron desaparecidos en 1977, al igual que sus
parejas. Matilde siempre los buscó.
Exiliada en París, formó parte de la Comisión Argentina de
Derechos Humanos (Cadhu). Desde allí denunció al terrorismo de Estado y pidió
por la aparición de sus hijos y nietos. Volvió al país en democracia y fue una
activa Abuela de Plaza de Mayo. Murió de cáncer en 1990, sin respuestas.
Tres años antes de morir dejó un legado histórico: el libro
José, publicado por primera vez en 1987, después de dos décadas de ausencia.
Agotado durante muchos años, ahora fue editado por Ediciones Punto Crítico,
gracias a la decisión de los nietos de Matilde, Antonio y Tania. Matilde
explica en las primeras páginas el motivo de José: “Resucitar la voz de un
militante popular de los ’70”. También lo expone Osvaldo Soriano, desde el
prólogo de la primera edición: “Ésta es la historia de una vida que se cuenta a
sí misma. El personaje de este libro es un símbolo de aquella época: Matilde se
hace intérprete de las pasiones, los anhelos y los errores de José, de sus
hermanos y por extensión de todos los militantes que intentaron cambiar por la
fuerza un orden de injusticia y engaño.”
El libro reúne en 400 páginas el relato de Matilde sobre la
historia familiar, fotos, dibujos y poesías de José, el recuerdo de amigos, las
entrevistas que Matilde hizo a las personas que lo conocieron. Y muchas cartas:
de un niño a su madre, de un adolescente que viaja, de un joven que intenta
tranquilizar a su madre desde la clandestinidad. Nada aquí es ficción. Todo
pasó y estremece leerlo. A diez años de la desaparición de José, Matilde
escribió: “Han quedado tus cartas, tus escritos. Ha quedado tu voz, y yo me
permito darla a conocer. Quiero que permanezca tu palabra, la de tus hermanos,
y a través de ustedes, la de todos aquellos que fueron secuestrados durante la
dictadura. Los que están desaparecidos, pero que no han de aparecer jamás.”
Matilde trabajó en la Argentina en agencias de publicidad y
también en las revistas Primera Plana y Crisis, entre otras. Fue amiga de Paco
Urondo, Rodolfo Walsh, David Viñas y Julio Cortázar. Con Rafael Beláustegui
tuvo a sus tres hijos. Se separaron y tuvo un segundo matrimonio con Roberto
Bobby Aizenberg, un reconocido artista plástico. El libro es, primero, un
hermoso relato sobre la cotidianidad de una madre y sus tres hijos. Sobre los
problemas de la crianza, los pormenores de la convivencia. Y el despertar
político y el compromiso de esos chicos en los convulsionados años del Mayo
Francés, la muerte del Che, Vietnam, el Chile de Salvador Allende, Ezeiza.
Matilde recuerda que en 1962, con ocho años, José le preguntó: “Mamá, ¿por qué
los hombres no se quieren?”. “Lo abracé fuerte. Toda su vida siguió haciéndome
esa pregunta. Él amó mucho y no podía soportar el odio. Cuando fue creciendo
trató de revertir esa situación.”
El interés de José por la militancia empezó de muy joven. A
los 13 años se acercó al Partido Comunista Revolucionario (PCR). Fue también
dirigente del Frente de Lucha de Secundarios (FLS) y de la columna Inti Peredo
de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL). Para esa época, Valeria había
optado por el Movimiento de Liberación Nacional (MNL) que lideraba Ismael
Viñas. Matilde recuerda una noche con José, cuando le informó sobre la muerte
de un sobrinito de Aizenberg. Se puso a llorar y le decía: ¿Por qué, mamá? “De
golpe tuve una imagen clarísima del hecho de morir. Fue como un latigazo. Lo
miré y pensé que la ausencia definitiva era posible. Que nadie podía defenderse
si la muerte atacaba. En ese momento presentí por primera vez que algún día no
lo tendría a mi lado.”
Su intuición de madre se haría realidad. De la militancia
estudiantil, los tres hermanos pasaron al PRT-ERP. Matilde recuerda cuando José
se lo informó. “¡No quiero saber!”, le dijo y se tapó los oídos. “Mamá –le dijo
apartando suavemente sus manos– no puedo vivir de espaldas a la injusticia.”
“¡Te van a matar! ¡No quiero que te maten!”, le respondió y lo abrazó llorando.
Durante los años ’74 y ’75 la militancia había acrecentado los riesgos de
seguridad de los tres hermanos, con el acecho constante de las tres A y la
policía. Todo se agravaría, claro, con la llegada al poder de las fuerzas
armadas. José fue secuestrado el 30 de mayo del ’77, con su esposa Electra.
Tenía 22 años. Una semana antes habían chupado a su hermana Valeria, de 24
años, con su esposo Ricardo Waisberg. Martín, de 19, fue apresado junto a su
esposa, María Cristina López Guerra, dos meses después. Sólo se supo que José
pasó por el centro clandestino de detención El Atlético. Y que Valeria y su
esposo por El Campito. Valeria y María Cristina estaban embarazadas de tres
meses al momento de su desaparición. No se sabe el destino de esos bebés.
Quedaron dos pequeños hijos: Tania Waisberg, de quince meses, que fue devuelta
a su familia. Y Antonio Beláustegui, de dos años, hijo de José.
“Señores, en menos de un año ha desaparecido toda una
familia. Nadie me ha dicho de qué se los acusa. No sé dónde se encuentran. No
sé si están enfermos. No sé si son sometidos a torturas, no sé si están vivos o
muertos”, escribía en septiembre de 1977, desde el exilio. Se había ido a París
con Aizenberg. Ni bien llegó, se puso en contacto con otras víctimas. Una de
sus primeras cartas fue traducida al francés y al inglés y circuló por todo el
mundo. Al poco tiempo, testimonió en la ONU. Matilde ya era parte de la Cadhu.
Volvió, como muchos otros, en el ’83. La lucha la seguiría desde su trabajo en
Abuelas. Su compromiso duró hasta el día de su muerte, en 1990. Una década
después, en 2001, llegó el reconocimiento: la Legislatura porteña la eligió
como una de las mujeres argentinas del siglo XX.
El prólogo actual de José lo escribió el secretario de
Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde. “Matilde fue una
entrañable amiga. Recorrió Europa denunciando a la dictadura terrorista,
anteponiendo su fuerza espiritual por sobre su precariedad física y continuó su
lucha durante la democracia. Con su palabra, su fuerza, su historia dio sentido
al ejercicio de una ética irrenunciable reclamando una y otra vez no sólo por
la aparición con vida de sus hijos, sino de todos los desaparecidos”, recuerda
para Miradas al Sur. Y agrega: “Puso al servicio de esta lucha, sobreponiéndose
a la brutal tragedia, su fino intelecto y la cultura que poseía. Nos queda el
recuerdo de su extraordinaria personalidad y sus tres libros –del cual José es
su obra mayor– cuya relectura nos calienta el alma.”
El texto termina con un poema de José, escrito en 1968, cuando
tenía 13 años. Dice: “Sé que algún día dejaré de pertenecer al mundo/ y nunca
más podré escribir/ ni hacer el amor/ ni disfrazar la naturaleza con un poema/
ni viajar en los libros/ ni exponer mis ideas./ Por eso es que en este poema
dejo mar, cielo y luna/ mariposas, besos y sirenas/ y me dejo a mí/ porque
cuando muera seguiré viviendo en estos versos.”
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