*Por Claudio Diaz
Son adjetivos calificativos que se repiten hipnóticamente,
para que queden grabados en la memoria del receptor y no puedan salir de allí
nunca más.
Antidemocráticos
Autoritarios
Burócratas
Cabecitas
Corruptos
Delincuentes
Demagogos
Dictatoriales
Energúmenos
Fascistas
Grasas
Incultos
Ignorantes
Intolerantes
Lacra
Nazis
Negros brutos
Peste
Vagos
Probemos otra vez, ahora alterando el orden de aparición de
todos esos términos…
Corruptos
Fascistas
Negros brutos
Autoritarios
Ignorantes
Grasas
Demagogos
Vagos
Incultos
Lacra
Cabecitas
Nazis
Peste
Delincuentes
Antidemocráticos
Energúmenos
Burócratas
Intolerantes
Dictatoriales
¿Cuántas veces se dijo?
¿Cuántas páginas de diarios y revistas, libros y guiones
cinematográficos, se cubrieron con ellas? Parece que el peronismo es todo eso
junto. Es decir: una porquería… Así, al menos, lo han presentado en el mercado
los publicistas de la política.
Sin embargo, y a pesar de tanta campaña marketinera en
contra, al movimiento político más popular de la historia argentina no le ha
ido tan mal. Sigue siendo un producto de consumo masivo, aún con la
adulteración que ha sufrido por parte de algunos pretendidos fabricantes que
-con la excusa de modernizar su envase-
trataron de vaciarlo de su contenido original.
El peronismo es la Coca Cola de las gaseosas, con perdón de
la asimilación que se hace respecto de la bebida más imperial del mundo. El
peronismo es el Boca y River del fútbol, sin que se ofendan los millones de
hinchas de otros clubes que también son nacionales y populares.
Sin embargo, una minoría que se deleita con otros placeres,
que se cuida con yogures descremados, se esfuerza desde hace mucho tiempo en
presentar al que es sin duda el máximo pilar de nuestra nacionalidad como algo
altamente peligroso para la salud pública, lleno de contraindicaciones, tóxico,
se diría que casi mortal.
Así como cuando de chicos nuestras madres nos abrían la boca
para ponernos la cuchara con el jarabe o la vitamina: así, también, parece
suceder ahora con millones de argentinos pretendidamente cultos e informados a
los que no les abren la boca sino directamente la cabeza, para llenárselas de
preconceptos, sofismas, verdades que no son.
Que aquellas definiciones acerca del peronismo y el
movimiento obrero argentino sean hoy moneda corriente en la opinión de amplios
sectores “medios” de la Argentina, es el resultado de un trabajo de mucho
tiempo por parte de la oligarquía de la comunicación.
Ese sistema ha logrado moldear una masa amorfa aunque no
homogénea (ni en lo social ni en lo ideológico) que ha sido “mediatizada” a tal
punto que hoy ha perdido capacidad para pensar y razonar por sí misma. Esta
nueva “clase urbana” se transforma en
una repetidora de conceptos e ideas ajenas, “importadas” desde esos centros de
poder que elaboran el discurso para mantener el dominio sobre las grandes
mayorías nacionales.
Se ha dicho varias veces, se repite a menudo, que el
peronismo y el pueblo en general, que poco prestan atención a los
espantapájaros radiales y que tampoco leen con frecuencia los sermones de los
pontífices de la prensa escrita, casi no han tenido dificultades a lo largo de
su derrotero como ciudadanos del país para saber ubicar la estrella que puede
alumbrar sus vidas.
Pero eso pudo haber sido antes, cuando la incidencia de
estos grupos de presión psicológica que son los medios, no tenían ni el alcance
ni la influencia del presente. Estamos diciendo que el aparato del poder
propagandístico, con la televisión en particular, hoy regula la vida del hombre
de manera escandalosa. Pero, también, queremos decir que la tarea de
desenmascaramiento de ese factor de poder que se presenta ante una comunidad
entera con el inocente nombre de periodismo independiente, es más
imprescindible que nunca porque la política (y dentro de ella, claro, el
peronismo) ha abandonado hace rato el cultivo de las ideas centrales que
necesita un pueblo para valerse por sí mismo. Si antes nos formaban para la
política, ahora intentan formatearnos para el nuevo orden social: consumo y
pasatismo.
Admitiendo por adelantado que en el fondo nos gusta
provocar, afirmamos… Que el movimiento
nacional podría seguir el camino de la mismísima Iglesia católica, que por
abandonar su doctrina de fe (para atender asuntos más terrenales, es decir:
materiales) fue perdiendo cada vez más feligreses, ganados en las últimas
décadas por esas sectas que, al igual que los medios de comunicación, prometen
un mundo más justo, más humano, más digno, pero no.
Ahora sino en otro tiempo, vaya a saber uno cuándo… Eso se
parece a la promesa de los gurúes del capitalismo liberal que, con ayuda de
esos medios, nos dicen a diario que la copa ya se llenará y derramará el
ansiado líquido sobre nuestras sequísimas bocas. “Tengan paciencia”, nos dicen.
“Que vuestra sed ya tendrá su gota de justicia”, agregan cínicamente.
Pues habrá, entonces, que encomendarse a nuestro señor, a
nuestro General… “Perón nuestro, que estás en los cielos…”. Porque ellos, los “eyos” de los que
premonitoriamente nos habló Oesterheld hace medio siglo, siguen allí y tienen
la palabra. Ojalá que el movimiento nacional quiera recuperar la suya.
*Publicado el 22 de Febrero de 2009 para Revista Ida & Vuelta
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