ANIVERSARIO DE LA CIUDAD DE VILLA ANGELA



SONIDOS DE ANYELVILLE

 *Por Carancho Ramírez

Los pueblos que tienen memoria, la usan para fortalecer su andar en el tiempo histórico que viven y así dejarles a los que vienen, la tierra arada, la picada abierta, el pisadero a punto. El Néstor nos cambió la vida también a nuestra generación y hoy doblamos la curva del infarto con el “alemán” choreándonos los recuerdos, pero el futuro ya no es un horizonte negro como lo pintan los medios que sostienen un proyecto de país para pocos. Estamos “viajando” sin muecas, sin reproches.

A mí, cuando el “alemán” descansa, me visitan en el trasnoche de la memoria, los fantasmas de un pasado vital de Anyelville, reclamándome que los tenga en cuenta en mis escritos, porque le tienen miedo a la muerte y me remachan que solo mueren aquellos a quienes le tiran sobre sus tumbas, tierra de olvido. Son innumerables, anónimos, ruidosos.

¿A quién le hago caso? ¿Con quién recorro mis calles del barrio sur? La Señora de Ortiz portera de la 140 colgada de la campana, exigente, puntual, me llama a clase. A veces voy detrás del sonido dulce que arrancan a las campanas de Santa Teresita los brazos de la señorita Adela y Chirita Arrezaygor anunciando la misa. A veces voy detrás del canto de los teros y el llanto del carau y meto mis pies en la laguna del viejo Retamar. De allí me trae del forro, el guampero largo de “La Chaqueña” y me siento a la mesa con la olla humeando un guiso, un puchero o un mbaipú tordillo.

A veces me quedo, en el quiosco de Pacheco, con el Negro, Epifanio Morales, Raúl Bittel, Chongo Insaurralde, el Perro Medina leyendo la ultima carta que llego de Puerta de Hierro y que nos hacia mirar el cielo en busca del avión negro… Allí nos aturden los sonidos del tren del sur, que siempre despierta a sus viejos y nobles amantes. Borrachines, locos, changarines destapan las maderas del olvido y se meten en los andenes de la memoria. Ñacu, Ponchillo, Nicanor, Chingolito, Tachuela, Vinchuca, Millonario, el Chivo Ríos, chacotean mientras cargan las chatas del Gordo Ayala, Helicóptero Agüero, Tomacó. No puedo arrimarme a los bares, de donde me fui, “debiendo” quedarme, ni quiero encontrarme con los “chaqueñeros”, esos hombres de los pulgares sabios, que Evita amó hasta el martirio y mejor lo sigo al Carau Piris que va rumbo al Sindicato Once con el último disco de Marcos Bassi. Llega y pone sus viejos parlantes y sus sonidos cruzan el Barrio Sur hasta las ladrillerías de los Mansilla, de Quito, de los Torales. Se escucha la voz apasionada de Cristina:…Viyaángela…tenemos Patria. Despierta la Querida Torres y Angelita la mujer del Negro Riera sonríe.

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