*Por Eliana Valci
Hablador/a: Que
habla demasiado. Que por imprudencia o malicia cuenta lo que ve y oye.
Valentón. Mentiroso.
Gran parte de las personas hablan, debido a que no cuesta
nada, de la misma manera que el aire es gratis.
Pero si de costos se trata, los habladores no resisten un
archivo. Sus dichos caen por su propio peso.
Desde el ceno familiar a los niños se los educa en el
sentido de que, antes de exteriorizar un pensamiento, justamente se piense lo
que se dice, para así no expulsar de sus bocas un improperio, una mentira, etc.
Es evidente que varios “niños” no han aprendido la lección y
vomitan sus opiniones con total liviandad.
Quizás el sistema perverso de des-información, o el creer
que la “libertad es libre”, les haya generado algunas confusiones en cuanto a
su desempeño en la vida en sociedad.
Hay otra regla de oro que los padres enseñan a sus hijos, y
es que la libertad de uno comienza donde termina la del otro.
Pero, qué es lo que lleva a una persona a que diga cualquier
cosa de la otra? … será producto de una “avivada”, de un “chascarrillo”?
Volvemos a las mores maiorum, y lo cierto es que antes de
lanzar un pensamiento al mundo hay que tener fundamentos y una sólida
convicción de sostenerlos irrefutablemente.
Pero cuantos de los habladores pueden erigir “sus
verdades”?... No hay que ser matemático para saber que la cuenta da cero,
porque como bien surge de su definición, un hablador es un mentiroso en
potencia.
Y la mentira, como dicen las voces populares, tiene patas
cortas, por lo tanto es endeble, fácil de derribar.
Así y todo, los habladores son funcionales al sistema de
estupidazación mundial, en una carrera
ascendente por el podio al mejor vendedor de espejitos de colores.
Por suerte, las caretas se van cayendo, y hoy son menos los
consumidores de las habladurías de los opinólogos de turno.
*Directora Revista Ida&Vuelta
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