DERECHOS HUMANOS, MEMORIA Y PRAXIS



*Por José A. Gomez Di Vicenzo

Derechos, pensamiento y acción

Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos producida en la Asamblea General de las Naciones Unidas de diciembre de 1948, hasta nuestros días, la cuestión de los derechos humanos ha provocado un sinnúmero de debates teóricos. Mucha tinta ha corrido para señalar su naturaleza, su fundamentación y una serie de problemas vinculados con la distancia que existe entre la loable, y la mayoría de las veces, también escolástica intensión de garantizar tales derechos, junto a la escasa capacidad concreta por lograr su cumplimiento de parte de los Estados, unida a las sistemáticas y recurrentes violaciones en las que suelen caer los principales defensores de los valores occidentales.
El aparente agotamiento de la discusión, junto al, en buena hora, consolidado éxito de las políticas tendientes a la defensa de los derechos humanos y el juicio y castigo a quienes los violaron sistemáticamente en la dictadura, logrados a partir del 2003 en nuestro país, podría hacernos pensar que nada nuevo puede decirse sobre el tema y lo que es peor, nada novedoso puede hacerse, más que repetir ciertas estrategias consolidadas y reconocidas como efectivas, para sancionar las violaciones de los derechos humanos, para honrar la memoria de quienes dieron sus vidas por las causas populares y evitar futuros desastres.
Sin embargo, el éxito actual en la lucha contra la opresión y la violencia de los 70 no necesariamente garantiza la desarticulación de ciertas prácticas llevadas a cabo por acción y hoy, básicamente, por omisión, por parte del Estado o bien fundamentadas teóricamente, tanto por un enemigo agazapado que busca borrar el pasado y legitimar prácticas violatorias en el contexto actual, como por actores que ni siquiera se dan cuenta cómo al pedir por la concreción de ciertas políticas, estarían clamando, en consonancia, la violación de ciertos derechos humanos.
En efecto, que tengamos sendas declaraciones de derechos no está posibilitando neutralizar aquellas prácticas en las que, y aquí tenemos el motivo central para continuar la discusión, el Estado por omisión no hace cumplir los derechos humanos. La ritualización de las prácticas y su naturalización tal vez sean los principales enemigos a combatir para quienes se saben defensores de las causas populares y de los derechos del hombre. Y que muchos actores clamen por la violación de los derechos (por ejemplo, al pedir por la pena de muerte) es funcional a que otros aprovechen ese tipo de prácticas incorporadas a la acción como mecanismo para replicar sus fines a nivel macro político. Vamos al punto.

Acción u omisión

Como es sabido, son los Estados quienes se han comprometido a nivel internacional firmando y ratificando pactos, tratados y convenciones. Por eso los Estados son los únicos capaces de garantizar los derechos humanos a toda la población. El titular de los derechos es la persona y el que debe garantizar su cumplimiento, el Estado. De la misma forma, es por esto que el Estado sería el único que violaría o no respetaría los derechos humanos. Puede hacerlo por acción o por omisión.
Los violaría por acción al generar actividades que van en contra de los derechos de sus habitantes. Un ejemplo es el terrorismo de Estado que impuso el último gobierno de facto en nuestro país. Pero también, lo son las prácticas autoritarias que se encuentran presentes en  el accionar y en la organización de las fuerzas de seguridad que son responsabilidad de los gobiernos democráticos –maltratos en comisarías, torturas seguidas de muerte o no, detenciones arbitrarias y muertes por gatillo fácil-. Y no los estaría respetando cuando actúa por omisión, cuando por falta acción del Estado, los ciudadanos ven afectados sus derechos. Por ejemplo, cuando el Estado no establece políticas educativas tendientes a eliminar las desigualdades en el acceso, permanencia y egreso de los sectores populares al sistema educativo, dejando “librada” la responsabilidad de educarse a las condiciones sociales de cada sector de la población.

Derechos humanos y política

Este artículo busca situar a los derechos humanos en el contexto de las luchas sociales y la historia , pretende instalar la idea de que no se puede pensar tales derechos, y ningún derecho en general, por fuera de la praxis política, que el ejercicio de la memoria y el debate permanente (y todo debate parte de posiciones antagónicas y conflicto y se da en el contexto una lucha contra hegemónica por instalar nuevos sentidos más que la búsqueda de consenso) debe orientar la lucha por hacer efectivo el cumplimiento de los derechos y ese debate debe nutrirse de una permanente reflexión (que por supuesto por su propia naturaleza es critica). Porque ningún aspecto de la cuestión estará saldado hasta que, además de las políticas que se dan a nivel macro y las leyes tendientes a sancionar a quienes llevaron a cabo el genocidio, evitando que todo vuelva a suceder, logremos instalar también, el respeto y efectivo cumplimiento de los derechos humanos.
Desde esta perspectiva, los actos del 24 de marzo adquieren un nuevo sentido. Además de instalarse en todo el país como un espacio temporal para reflexionar sobre los hechos malditos llevados a cabo por la dictadura y honrar a quienes lucharon por una sociedad justa, siendo torturados y asesinados, actúa como disparador para la reflexión y la realización de ejercicios simbólicos tendientes a reorientar las prácticas; acciones que no debieran agotarse o languidecer en la perennidad de los eventos sino potenciarse para así, como la gota que horada la piedra, construir nuevas subjetividades capaces de luchar para que se concrete a nivel material, la igualdad que se postula desde el marco legal.
Porque las conquistas populares se construyen en la totalidad de las relaciones sociales, en la producción material y en la producción de significados, en la organización macro-estructural, en los hábitos subjetivos y en las prácticas interpersonales de todos los días. Y la lucha por hacer efectivo el cumplimiento de los derechos humanos por parte del Estado es precisamente esta, la del día a día, una de las principales batallas a dar en las trincheras para alcanzar una sociedad igualitaria.

Memoria y conmemoración

El gran Balzac hacía formular la siguiente pregunta a Rastignac en su maravillosa novela “Padre Goriot”: “Si cada vez que comiese una naranja, muriera un chino, ¿desistiría usted de comer naranjas?”. A lo que Rastignac responde algo así como lo siguiente: “Las naranjas están cerca de mí, yo las conozco, los chinos están tan distantes que no sé si realmente existen”.
La distancia espacial pero también, y sobre todo, la temporal hacen añicos los hechos salvo, claro está, que el ejercicio de la memoria permita reinstalar los temas una y otra vez, hacer que lo que ya fue se reactualice en el presente. La memoria impide que pueda mirarse para otro lado, hacer como que la cosa está lejos y por tanto, alegar, como Rastignac, que se desconoce la cuestión y en consecuencia, no puede hacerse responsable por los hechos. El personaje de la novela borra a los chinos de la historia, los borra del mapa como aquel genocida borraba a los desaparecidos haciendo pantomimas mientras se lo entrevistaba en las cadenas de televisión internacional. El supuesto que subyace aquí es que no conocer es igual a no existir. La memoria neutraliza esa displicencia, moviliza, interpela, y en el mejor de los casos compromete.
Existe, hay que decirlo, una distancia entre el recuerdo y la memoria. En lo que aquí respecta, más que de recordar, de lo que se trata es de conmemorar, hacer memoria con el compañero o el conciudadano, reactualizar para reflexionar, multiplicando los alcances de la crítica, no sólo para condenar lo que pasó, el terrorismo de Estado, sino también, para pensar en lo que nos pasa, el incumplimiento de ciertos derechos por omisión, el porqué de tales infracciones, para transformar lo que se suele dar por hecho, lo dado.
Seguramente, muchos de lectores no hayan vivido o sufrido el terrorismo, algunos ni habían nacido. Otros, a lo mejor, estaban lejos de los campos de exterminio, algunos, tal vez, no pudieron ver. Nada de lo que podamos hacer o decir se compara con las terribles experiencias de quienes vivieron y sufrieron los hechos. No obstante, y aunque los sucesos del 70 estén tan lejos de nosotros como los chinos de las naranjas de Rastignac, no resignamos la tarea de hacer de esta aberrante historia, una herramienta de trasformación de la realidad actual. Y para hacerlo, entre muchas otras cuestiones, contamos con la potencia de los actos simbólicos, esos que por su supremacía material y contundencia hacen más que mil palabras y recuerdos. Porque el tema de la memoria y el castigo a las violaciones de los derechos humanos además de ser motivo de lucha es una herramienta simbólica, para promover la lucha social por hacer efectivos todos los derechos.

Mejor que decir es hacer

La imagen del Presidente Kirchner, aquel que fuera elegido por la voluntad popular y que se cargó en la mochila el compromiso por representarla con convicción, ordenando - y haciendo cumplir el mandato- a un efectivo de las fuerzas militares bajar los retratos de los dictadores y genocidas golpistas colgados en los pasillos de la Casa Rosada, uno de los espacios de poder donde se toman las decisiones que atañen a la totalidad de los argentinos, se constituye en uno de esos hechos simbólicos capaces de movilizar o transformar las subjetividades. Es un símbolo de una política pero también, una herramienta de concientización. Podría no haberlo hecho, podría haber expuesto todo tipo de expresiones de deseo; podría, y no sería la primera vez que se hace en nuestro país, haber llevado a cabo una política de derechos humanos verborrágica, insulsa, poco densa, más cercana al hacer como sí, proclive a limpiar las culpas de una burguesía supuestamente progresista que quiere enterrar el pasado para hacer como que no pasó. Sin embargo, el Presidente corrió el eje hacia los hechos y machacó desde distintos lugares y apelando a distintas estrategias sobre la importancia de no clausurar el pasado, de no efectuar un cierre sepultándolo para siempre, para que las heridas se curen. Porque las heridas estarán allí marcándonos para siempre y permanecerán para siempre, para que volvamos permanentemente a reflexionar sobre la manera en que hacen de nuestro cuerpo histórico, un cuerpo particular, un cuerpo que crece, se reconstituye permanentemente y busca sobrevivir y mejorar las condiciones de vida. Por eso, además de dar cuenta de una política que se instala como ruptura da cuenta de una praxis orientada a hacer hoy efectiva la marcha hacia el cumplimiento de los derechos.

Multiplicar es la tarea

Ahora bien, hay otro aspecto importante que destacar. Este tipo de acciones se instalan como multiplicadoras. Un formidable grupo de jóvenes resuenan con el mensaje, lo internalizan, lo hacen parte de sus hábitos, actuando ellos también como multiplicadores. No es casual que, en los últimos años, hayan reaparecido y crecido las agrupaciones juveniles en torno al proyecto. Ellas son importantes como agentes mediadores entre las políticas a nivel macro y las prácticas cotidianas. Y no es casual que sean ellas las que están en las miras de los medios que representan a las corporaciones que resisten las políticas tendientes a reinstalar el valor de una praxis que logra cambios concretos. El temor por la reactualización de grupos combativos como los de los 70, propio de algún mercenario que apela a la descalificación y dicho sea de paso, la discriminación, es insignificante comparado con el hecho de que estos actores interesados representantes de intereses concretos saben que, gracias a las acciones efectivas en el nivel de las micro prácticas, estas agrupaciones políticas están cambiando la forma de percibir y actuar de la sociedad. La política comienza a ser real. Y los derechos humanos también porque son motivo de lucha de las agrupaciones que al generar presión desde las bases van modificando las políticas a nivel macro.
En efecto, este tipo de materialización de las políticas en la militancia actúa también como mediador entre la teoría y la práctica evitando que los derechos humanos sean algo así como una especie de sustancia vaporosa sino objeto de lucha permanente. Mal que nos pese a quienes trabajamos con el conocimiento, no son ni la filosofía política ni la ciencia política las que producen los cambios sino las militancias y las prácticas concretas. La política es praxis, y dentro de este marco general, la lucha por los derechos humanos es praxis también. Se hace en el día a día y se hace no sólo con la ayuda de la ley sino también, cambiando subjetividades.

Hacia la justicia social luchando por los derechos

En el capitalismo, la supuesta igualdad legal postulada desde la filosofía política se da de bruces frente al desigual acceso a los bienes materiales y simbólicos. Esto es así desde que llegamos al mundo y comenzamos a actuar en él. Es una precondición a toda acción. En lo cotidiano, los actores reproducen ciertas prácticas funcionales para la reproducción del orden social al naturalizar lo dado. Sin embargo, las prácticas pueden tomarse como objeto de crítica para la transformación simbólica y material de lo dado. Si queremos hacer real la justicia social, si queremos que los derechos humanos estén más vigentes que nunca asegurando en el plano material la igualdad que se postula a nivel formal debemos trabajar reflexionando sobre lo que nos pasó, pero asimismo, sobre lo que nos pasa.
Si podemos desnaturalizar ciertas prácticas actuando políticamente a nivel micro social y apelando a la potencia simbólica de los hechos, tendremos, sin duda, una prueba irrefutable de lo que pueden producir nuevas subjetividades cuando nos proponemos trabajar sin temor a ir más allá de lo que se considera posible. Y así será factible producir, dentro de los límites de la reproducción de la vida cotidiana, una comprensión cabal de lo que traba la liberación de las personas y las sociedades, de cómo para muchos los derechos humanos pueden ser sólo una frase vacía, una teoría vaporosa, que encubre o es funcional a la dominación.
Así los derechos humanos cobran fuerza como herramienta de transformación en la praxis política para quienes continúan con tenacidad y entrega su labor de subvertir lo existente, construir nuevas posibilidades a futuro y ayudar a hacerlo realidad. Y de este modo estaremos haciendo honor a quienes lucharon por un mundo mejor y fueron perseguidos dejándonos un legado riquísimo de ideas y valores.

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