LOS PUEBLOS LIBRES DE JOSÉ ARTIGAS


*Por Gabriel Fernández 

En sus memorias, don Pedro Ferré se lamentó de la inexistencia de imprentas en la Banda Oriental durante los primeros y borrascosos años revolucionarios. Con razonabilidad, sinceridad y bastante audacia, planteó que de conocerse las iniciativas federales de entonces, en lugar de difundirse únicamente la opinión de los dirigentes porteños, se llegaría a calificar a José Artigas como "el primer presidente argentino".

Bastante se diferencia esta lúcida observación de los continuos ditirambos que historiadores como Bartolomé Mitre arrojarían sobre la imagen del caudillo. La pluma liberal por excelencia llegó a considerar el artiguismo como una "confederación de mandones" cuya "acción disolvente aspiró (...) a dominar los destinos nacionales, con sus medios y sus propósitos".

De poco sirve redundar en una identificación demasiado transparente entre los dichos de Mitre y ciertos discursos de palpitante actualidad. Vale añadir que, por décadas, los vecinos decentes y principales de Montevideo y Buenos Aires emplearon una expresión sencilla, cargada, para definir el comportamiento del hombre díscolo del pueblo: "Más malo que Artigas".

Claro, con la disgregación americana y la creación de nuevas fronteras, Artigas pasó a ser prócer del Uruguay. Y a un prócer mejor no agredirlo, han pensado los poderosos de una y otra orilla. Pero, casualmente, ellos fueron sus enterradores, pues reivindicar a Artigas sin admitir el profundo contenido federal revolucionario de su fascinante irrupción en la política de las Provincias Unidas, es propio de tránsfugas y falsificadores. O, como los hubiera llamado el Jefe de los Orientales, de los "peores americanos".

Ahora bien, muchos de los proyectos y pronunciamientos federales del período que va de 1811 a 1829 han llegado a nosotros merced al esfuerzo de no pocos revisores que desdeñaron una historia inventada y comprendieron que el conocimiento de lo sucedido es necesario por dos grandes motivos: uno, porque el pasado habita entre nosotros, su oscuridad nos turba y su claridad nos permite avizorar nuevos horizontes; otro, porque quienes lucharon por su pueblo merecen el realce. Pese a tanta amargura, Ferré puede estar un poquito más tranquilo.

¿Por qué, pues, Artigas generó odios sin par? ¿Por qué fue acusado de traidor, bandolero, anarquista y montonero? ¿Por qué fue combatido con desesperación por triunviros y directoriales porteños, por monárquicos portugueses y realistas españoles? ¿Por qué los británicos, a través de Sarratea entre tantos, hicieron lo suyo para deshacerse de este hombre?

No es posible responder cabalmente a semejantes interrogantes en pocas líneas; pero si esbozar algunas claves: Artigas representó genuinamente a los criollos pobres, indios, mestizos y negros de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, y por un lapso menor de tiempo, Córdoba y La Rioja; impulsó la independencia a ultranza de las Provincias Unidas, rechazando aún en los peores momentos ofrecimientos seductores para resignar la autodeterminación ("Yo no soy vendible"). Combinó ese afán liberador con un republicanismo práctico que lo constituyó en verdadera síntesis de las experiencias democráticas europeas y comunitarias indígenas. Articuló, en la Liga de los Pueblos Libres, una Nación federal, democrática, participativa. Y, a diferencia de otros jefes litoraleños, revolucionó el esquema improductivo del latifundio al disponer en su Reglamento el reparto de tierras con el declarado objetivo de que "los más infelices sean los más privilegiados".

Hubo más razones, claro, pero con estas bastaron para que los comerciantes y los hacendados enloquecieran de temor y ardieran de odio. Razones suficientes, asimismo, para que el heroico pueblo oriental lo siguiera, abandonando todo, dispuesto a enfrentar a quien fuera, extrayendo de su seno una autoconciencia magnífica.

En el año que se inicia se cumplirán 199 años de una de las elaboraciones políticas nacional populares más profundas que podamos recordar en nuestra región: el Congreso Oriental de Peñarol. Allí, Artigas desplegó buena parte de su ideario, brindando una auténtica lección revolucionaria a los envanecidos dirigentes centralistas, tan cerca de la intriga, tan lejos de las aspiraciones que latían en el subsuelo de la patria.

Por entonces, se preparaba en Buenos Aires la Asamblea del Año XIII. Asamblea que debatió acerca de todo, menos sobre lo más importante: la Declaración de la Independencia, la Constitución y los acuciantes problemas económicos. Justamente los asuntos estimados trascendentes por muchos federales.

Antes de Peñarol, Artigas y sus lugartenientes fueron recabando las opiniones del paisanaje, pueblo por pueblo, zona por zona; esto les permitió arribar al encuentro con una noción clara de las aspiraciones populares. Esta indagatoria derivó en las Instrucciones que el Congreso Oriental brindó a sus diputados en la Asamblea.

Instrucciones direccionadas, y cómo, hacia la autodeterminación popular y la soberanía: se destacaban la negativa a una ruptura con las otras provincias, con las cuales debían entenderse a través de pactos y no de sumisión, como era la pretensión centralista; se promovía para el resto de los distritos un sistema de representación equivalente al empleado en la Banda, para garantizar el derecho popular; y sobre todo, se exigía la Declaración de la Independencia absoluta de estas colonias.

Es preciso valorar la importancia de estas premisas: el Congreso Oriental de Peñarol remarcó el establecimiento de la libertad civil, la fórmula independencia y república y la formación de una confederación. Artigas desconfiaba de la sanción de una Constitución sin la definición de una estructura republicana; los proyectos que, dejando de lado intereses e imperativos nacionales y populares se desplazaron hacia la ligazón dependiente con otros países, justificaban plenamente esa preocupación.

Las facciones del gobierno central ya estaban inclinadas sobre algunas de esas posibilidades, y aunque podían tolerar ciertas demandas, la radicalidad del planteo oriental fue demasiado. El 1 de junio de 1813, la Asamblea en Buenos Aires sesionó secretamente para impedir el ingreso de la delegación artiguista a las deliberaciones. Y así fue que personajes fugaces y livianos ocuparon el centro de la escena, mientras las figuras más sólidas del momento fueron desplazadas.

Pero aquél 5 de abril, el Caudillo dijo cosas que atravesaron la historia y se mantienen vivaces, profundas, dignas de ser nuevamente consideradas: "Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Su carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo"

"Por desgracia va a contar tres años nuestra revolución y aún falta salvaguardar el derecho popular. Toda clases de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres: sólo el freno de la Constitución puede afirmarla."

"La energía es el recurso de las almas grandes. No hay un sólo golpe de energía que no sea marcado con un laurel. ¡Qué gloria no habéis adquirido ostentando esa virtud! Orientales: visitad las cenizas de nuestros conciudadanos. ¡Que ellos, desde lo hondo de sus sepulcros, no nos amenacen con la verguenza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!"

Hoy, no es malgastar el tiempo releer las Instrucciones y las palabras de Artigas. Los más infelices siguen bregando por ver el sueño federal concretado, se llame como se llame en la actualidad. Los vecinos decentes y principales siguen impulsando proyectos autoritarios y dependientes. Pero los años no deshacen la memoria; tampoco la oscurecerán en los tiempos venideros con respecto a la historia que construimos en nuestro presente.

La evocación razonada puede hacer que el Jefe galope todavia por el suve territorio acuchillado. Y alumbre con su voz, la oscuridad.


*GF / Director La Señal Medios

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