LA REMOZADA RETÓRICA DEL "QUE SE VAYAN TODOS"


Una caricatura del pasado que resuena en el discurso de quienes no entienden (o no quieren entender razones) y despotrican.


*Por José Antonio Gómez Di Vincenzo


“Policia $ 2.400 - Para arriesgar su vida; Bombero $ 960 - Para salvar vidas; Maestro $ 1.800 - Para preparar para la vida; Médico $ 3.000 - Para mantener la vida. Y un DIPUTADO NACIONAL??????? GANA CERCA DE $ 25.000 Y SÓLO PARA CAGARNOS LA VIDA!!!!!! SI ÉSTO REALMENTE TE DÁ ASCO PUBLICALO EN TU MURO!!!! SEPAMOS CÓMO VOTAR ASÍ LES PODEMOS CAGAR LA VIDA A ELLOS!”

Más o menos así decía la cita que el bueno de Rosendo Luxemburgo, sociólogo de profesión, militante de causas perdidas por vocación, amigo, había lanzado junto con una pila de papeles sobre la mesa cuadrada de la pizzería que frecuentamos, frente a la estación Saenz Peña del Ferrocarril San Martín. Rosendo siempre andaba con papeles bajo el brazo, desordenado, desalineado, apurado, loco. Llegaba y se derramaba sobre la silla, lanzando todo el lastre que traía sobre la mesa para que este cronista, enfermo desde hace décadas de curiosidad, comience a hurgar y a preguntar. Pero esta vez, no pude meter bocadillo alguno. Luxemburgo comenzó, sin mucho prolegómeno.

Trataré de reproducir sus opiniones lo más fielmente posible. De todos modos, Rosendo está al tanto de que lo charlado desembocaría en esta nota, sería transformado. Lo convalidó, lo promovió. Quiso que meta bocadillo, tal como suele suceder en nuestros encuentros. Con lo cual, en realidad, será difícil para el lector discernir lo que es de Luxemburgo y lo que es de este epistemólogo impostor en el campo del periodismo de opinión. Dicho esto, basta de rodeos.

El principal problema, dificultad, traba, tedio, o como quiera que se le llame, que debe afrontar un gobierno que desea profundizar medidas en franca lucha con los sectores corporativos, un gobierno que revalorice el rol del Estado frente al mercado, que asuma un compromiso para con el pueblo, en defensa de los intereses de todos pero sobre todo de los más desfavorecidos; en fin, el mayor obstáculo para un gobierno progresista (en el mejor sentido de la palabra) no son solamente todos esos poderes corporativos defendidos explícitamente en pantallas o en frecuencias raciales, o encarnados en improvisados algunos, oportunistas los otros, actores políticos marketineros. Confrontar con estos personajes resulta una obviedad, una necesidad propia de la lucha entre dos modelos antagónicos de país. Y hasta es sano que se dé la disputa decisiva a flor de piel y no en el subsuelo. El problema, insisto, para toda posición que pretenda defender los intereses de los más débiles, que pretenda defender los intereses nacionales, es que todavía mucha gente no entiende, no puede entender, de qué se trata la cosa, o no quiere entender, lo cual es peor. A diferencia de ese famoso “el pueblo quiere saber” bien podría instalarse “el pueblo prefiere no saber nada, prefiere dejarse llevar”. O al menos, y creo que esto es más oportuno para describir lo que puede estar pasando en algunos casos, “ya nos las sabemos todas y no necesitamos aprender nada nuevo”; no hace falta reflexionar, criticar, confrontar, interpelar, ni ahondar nada. Esa maravillosa frase de Marx que dice “la manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría” muere frente a un sector de la población que no sólo cree saber sino que piensa que las cosas son simples, tal como se presentan a primera vista, que antes de sacudirse un poco el polvo de la mente para reflexiona es preferible ver cómo se sacuden unos cuantos culos en la tele.

Hago un alto aquí para abrir un paréntesis. Luxemburgo hablaba casi sin parar. Está claro que el texto que traía impreso y que reproduje al principio de la nota había actuado como disparador. Mi amigo lo tenía entre los dedos, lo giraba, bamboleaba, apretujaba mientras discurría su discurso. Es obvio que venía con el tema trabajado y con muchas ganas de discutirlo conmigo. Continúo…

Porque las cosas para un sector de la población se presentan como expresión simbólica del sentido común, como reflejo condicionado de una serie de determinaciones estructurales que deben interpelarse, desnaturalizarse, cuestionarse y que son plenamente funcionales a la reproducción de lo dado. Esa gente cree que las cosas son así y punto. Y en una posición que roza la intolerancia y el totalitarismo (creen que su visión es “la visión” de las cosas) anulan el debate y el diálogo democrático. Se anulan, borran la posibilidad de confrontar sus propias ideas, resignificarlas, borran al interlocutor que piensa distinto. Buscan resonar. Como quien se mira en el espejo y pretende que el espejo devuelva sólo aquellas cuestiones que están sólidamente fijadas en la mente como representaciones de lo que se es y piensa. ¡Por suerte y lamentablemente para estos individuos los espejos siempre agregan algún dato más!

Los 90 profundizaron no sólo a nivel material sino también simbólico muchas de las estructuras y los significados que comenzaron a tornarse hegemónicos a partir de los 60 pero principalmente con la dictadura militar del 76. La cosa fácil, pretendidas soluciones que se daban más por la eficacia en el manejo de herramientas financieras que por la estrategia política de largo alcance, la fiesta del uno a uno, la risotada idiota del canchero, más en el rol de empresario u hombre de negocios que político de raza formado en el rigor de las ciencias y el barro de la  historia, pudieron haber promovido en la gente la idea de que, como ocurre con el director técnico de equipo de fútbol o los jugadores, de lo que se trata, cuando todo comienza a ir mal (y el indicador de que todo va mal, en el caso de la clase media, pasa por una sola variable: la económica), hay que cambiar las piezas. Por eso era común que vuelen ministros como resortes, lavados de cara, sobre todo en el gobierno aliancista. Por tal motivo, cuando el hartazgo fue mayúsculo, al no haber recambio de actores posible surgió como clamor el “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. El público en general era incapaz de notar que en vez de cambiar los personajes había que reescribir el guión de la obra.

Ahora bien… Mucha agua corrió bajo el puente. Significativos cambios en lo que hace a las cuestiones macro políticas y económicas se registran a partir del 2003. Se pueden poner casos concretos, materiales, leyes formuladas gracias al esfuerzo de actores comprometidos con el cambio de lo dado, con la resignificación de aquellas cuestiones que constituían el núcleo duro de la herencia noventista, la falta de Estado, la cosa “facilonga”, la demonización de la política, la liviandad y el dejar hacer-dejar pasar. Estoy pensando en la ley de matrimonio igualitario, la estatización de la AFJP, la asignación universal por hijo, la ley de medios audiovisuales, por ejemplo. Pero, también, en la idea de que todo eso fue posible gracias a que la política había recuperado su lugar desplazando la lógica del mercado, del técnico eficaz, del gestor.

Una serie de eventos, el año pasado, potenciaban la idea de que muchos ciudadanos se habían apropiado nuevamente de la política como herramienta de transformación de lo dado. La lucha de los estudiantes en la CABA, los jóvenes en la plaza tras la muerte de Kirchner, cientos de obreros movilizados reclamando sus derechos y negociando con firmeza en paritarias, la recuperación de espacios de debate dada por un buen número de agrupaciones variopintas y muchos otros datos concretos mostraban y muestran que la cosa va en serio. Muchos querían estar, muchos querían asumir responsabilidades.

Pero frente a eso, la bofetada idiota, casi atemporal, a primera vista sacada de contexto, de estos personajes que buscan reproducir en las redes sociales frases como la citada al inicio de esta nota. (En el mundo real, lejos de esta pila de letras, Luxemburgo blandía el papel donde había impreso la cita) Frases que, una vez estudiadas detenidamente, cuando baja la espuma, cuando aflora el interés político y sociológico, dejan ver que “el que se vayan todos” se ha reactualizado, ha tomado nueva forma constituyéndose en una herramienta útil para una serie de actores que destilan cierto resentimiento y resquemor por la política en abstracto que se expresa como un odio en los actores concretos. Ahora lo que tenemos es cambiemos a todos desde el asco que dan “sabiendo cómo votar”.

Esta vieja pero reactualizada retórica tiene connotaciones más profundas y peligrosas que el asco pronunciado recientemente por el musical Paez, asco estético (puede gustar o no) surgido de un sentimiento y expresado por el artista con poco tino político y sin que le capa reproche alguno: el artista debe gozar de cierta libertad para poder expresarse. Este nuevo asco es un asco abstracto que pretende plasmarse tomando de lo concreto trivialidades como los sueldos de los diputados o senadores, un viejo leitmotiv taximetrero muy aceitado y funcional a la política de la negación de la política. Es un asco visceral, profundo, que viene de las entrañas del inconsciente. Y yo creo que ese asco es más que nada un resentimiento que aflora de la imposibilidad o la falta de astucia para darle una vuelta más a la cuestión.

Mucho del odio hacia los funcionarios del gobierno tiene que ver con que el poder de sus argumentaciones, construidas sobre una lógica discursiva implacable, una coherencia fenomenal que no cae en el sofismo sino que todo el tiempo se ancla en lo concreto como punto de partida y retorno y la transformación de lo dado; el poder de estas argumentaciones, decía, resulta repulsivo no tanto por su contenido sino por la forma para un grupo de sujetos cuya subjetividad se ha construido sobre la base de la liviandad y lo trivial. Frente a la incomprensión, a la parálisis mental, odio. Se responde sentimentalmente cuando debería emprenderse un camino racional que busque comprender no sólo para aceptar sino también para cuestionar y ahondar con alternativas. En cambio lo que sucede es lo mismo que ocurre cuando un estudiante frente a un problema de matemática o un texto que debe ser interpelado no encuentra cómo entrarle a la cuestión y revienta el lápiz contra la mesa.

Es así que frente a una de las mayores fortalezas que tiene el esquema político del gobierno, esa necesidad de ir a más privilegiando el rol de la política por sobre el del mercado y el poder de las corporaciones, aparece resignificado “el que se vayan todos”, travestido en un “sepamos cómo votar así le podemos cagar la vida a ellos”. Nunca se define quienes son ellos y parece que ellos son todos sin distinción de partido, ideología o posición particular. Aunque me da la sensación que ellos son quienes se plantan con discursos fundados para transformar el statu quo. Y presumo que el “cómo votar” destila una inclinación por la derecha más recalcitrante e intolerante.

Como hace ya diez años, pero distinto. Porque en realidad, la frase ya no pasa sin críticas. El ensordecedor ruido de la cacerola remozada no cunde sin al menos una serie de “peros” disonantes. Objeciones que lamentablemente no alcanzan para llevar a quienes reproducen estos discursos a una instancia de interpelación de los mismos pero que, al menos, frenan su avance y promueven la reflexión en otros actores.

Nota aparte: aquí Rosendo mostraba cómo seguía la lista de participaciones en el foro virtual del cual había extraído el parágrafo que cité. Algunos sujetos habían interpelado a quienes promovían la reproducción de la retórica del asco, planteando objeciones, rescatando la política en general, mostrando que no hay una buena y una mala política sino políticos transformadores y gerentes de las corporaciones, también políticos, pero afines a los intereses de los poderosos; y que el discurso de la demonización de la política era funcional a esos intereses y no a los de quienes dependen de sus representantes para que la cosa cambie.

Como quiera que sea, y para ir terminando esto que ya se está haciendo largo, la recuperación del discurso del que se vayan todos plasmado en una retórica del asco que apela a un “saber cómo votar”, que en realidad no es ningún saber sino una mera reacción histérica con ínfulas y aspiración de convertirse en la verdad rebelada, no resuena como antes aunque sigue vigente mostrando que todavía hoy existe en la gente una propensión a apropiarse de esta clase de discursos. Por demás, “el que se vayan todos que no quede ni uno solo” ha dado lugar al “que se vayan todos los que están (sobre todo los complicados y rebuscados que quieren cambiar el mundo) para que se queden esos que sean elegidos por quienes sabemos votar. Lo que tenemos es un relato que está casi en sintonía y no parece muy lejano a la construcción de opinión propia de muchos electores y su decisión por sufragar por quien regala globos más que por quien argumenta sólidamente sus decisiones políticas mostrando el porqué, el cómo esas transformaciones juegan un rol estratégico a nivel local, regional y mundial en beneficio de todos.

Del modo que sea me gustaría finalizar la nota reproduciendo las preguntas que quedaron flotando en la pizzería: ¿Será que le estamos buscando la quinta pata al gato? ¿Será que le estamos dando mucha importancia a un discurso minoritario, anacrónico? ¿O será que tenemos que entender el porqué de estas construcciones discursivas para saber cómo, en el corto plazo, neutralizar su alcance como herramientas de reproducción de lo dado y, con más tiempo, investigar su forma de construcción, las bases materiales que las sustentan, si es que la cosa sólo pasa por lo material, comprender las lógicas de subjetivación en las que se elaboran y cómo juegan todas estas cosas en la construcción política actual?

Comentarios