(*) Por Aritz Recalde El gran valor de También fue un gran valor el lugar que se le dio a la “trascendencia”. Se luchaba por dejar una Patria nueva, con un socialismo cuyas formas no eran claras (debía ser propio, creativo, nacional, y había que inventarlo, no copiarlo) pero basado en convicciones de alto voltaje. La “familia peronista” (la de la casa propia, el asadito del domingo, las vacaciones pagas, la cobertura de salud y el acceso a la educación gratuita en todos sus niveles –incluso el universitario-; no la familia de filiación peronista sino el tipo de familia argentina de aquellos años, de clase trabajadora y media, con sus proyectos y anhelos, toda una institución generada por el peronismo) ahora participaría del poder y de la propiedad de los medios de producción bajo formas estatales, cooperativas, de autogestión y de cogestión (perdón, y nunca nadie dijo que la casa dejaría de ser propia ni que dejaría de existir la propiedad privada). Se tenía la convicción de que había derecho a ello y de que se contaba con la fuerza para lograrlo (y nadie pensaba que sólo se trataba de “distribuir”, sino que había que poner en marcha un nuevo modelo productivo que superara el tradicional estilo parasitario y rentístico). Y para luchar por una Patria nueva también había que hacer un hombre nuevo (sí, suena a cristianuchi y guevarista), por eso se empezaba por dar testimonio de vida, compartiendo, viviendo la vida pero modestamente, dándole tiempo y recursos a la causa, discutiendo las propias acciones y las de los demás. La política, luego tan denostada por el “proceso” (no era raro escuchar a los carceleros en la época de la dictadura decir: ¿cuánto tiempo hace que vos te metiste en “la política”?) y por el vuelo neoliberal de los ’90, era el eje de vida, que inundaba todos los análisis, incluyendo los proyectos de vida, el consumo, la familia y el sexo (suena a demasiado, ¿no?). Sí, suena a mucho, pero qué bueno que miles de jóvenes estuvieran atentos a no caer en “liberaladas” (tal como se llamaba a los excesos de individualismo) sobre todo si se compara con el hedonismo actualmente reinante, la falta de proyectos (no sólo colectivos sino también individuales) y la falta de solidaridad que se mama en los medios hegemónicos. Néstor Kirchner, hijo del aquella época, sin caer en el voluntarismo trajo de nuevo la voluntad (para tomar el término del acertadísimo título de la colección de Eduardo Anguita y Martín Caparrós) imprimiéndole a su proyecto de gobierno un giro inusitado. Nadie creía que el Estado, devenido en coto de las corporaciones, en agente dócil (gordo y flácido, como criticaban los propios neoliberales) pudiera volver a gobernar incluyendo la regulación del mercado, haciéndole frente en la negociación de la deuda externa a los poderes internacionales, revirtiendo todas las defecciones que se habían producido en la política de derechos humanos, subordinando a las Fuerzas Armadas al poder constitucional para recuperar su rol sanmartiniano, poniendo freno a la soberbia de la cúpula eclesiástica que se siente con derecho a condenar lo que llama el “odio” sin haber tenido la misma firmeza para reclamar justicia y verdad (y sin haber hecho jamás la autocrítica de su complicidad con la dictadura que incluso el Ejército hizo bajo la conducción del Tte. Gral. Balza) y parando la avidez de ganancias de grandes productores agropecuarios, acostumbrados a atemorizar a presidentes (sólo a los constitucionales) con sus silbidos anuales en el predio de Y a medida que “paraba”, el proyecto Kirchner iba generando políticas audaces: vuelta del crecimiento, transferencias de ingresos a amplios sectores de la población caídos en la exclusión, recuperación de la independencia y la dignidad de Pero…¿cuál es el sujeto político colectivo que puede llevar a cabo un proyecto como éste, apenas perfilado? Se habló al comienzo del interés por generar una gran renovación política, que luego del primer intento de la transversalidad, entre postergación y postergación, quedó desdibujada. Cuadros de los ’70, con vocación transformadora, agradecidos por contar con un lugar en la fase “arquitectónica” de la política (y no sólo en la “agonal”, la de la lucha por el poder --para tomar la distinción clásica-- a la que le habían ofrecido todo en sus vidas) fueron llamados para ocupar distintas posiciones en el gobierno. Cuadros de diversos partidos de izquierda y del radicalismo convergieron en el proyecto. También se sumaron contingentes de nuevas manifestaciones sociales, especialmente piqueteras, y finalmente cobró forma una alianza con Todo esto da como resultado un conjunto de relaciones entre la vieja y la nueva política: los desheredados de la tierra con Enrique Eskenazi y Lázaro Báez; los intentos de transversalidad y la mano estirada hacia los barones del conurbano; las nuevas referencias de la política con los intendentes y gobernadores que están con Kirchner y estuvieron con Duhalde y con Menem. Los amagos varios de actualizar el peronismo para hacer una alianza con otras expresiones políticas dieron lugar a un aglomerado inestable constituido por los poderes políticos de antaño y otras expresiones nuevas. No se trata de un juicio moral (y ojo que se equivocan quienes consideran que la moral y la política están divorciadas, y si no, que no se queden sólo con el “El príncipe” de Maquiavelo y que lean “La educación del príncipe cristiano” de Erasmo) sino que ocurre que la política se hace con lo que se tiene y se la enaltece con los resultados. Nadie puede esperar, teniendo el margen de poder que en nuestro país tiene un presidente, a constituir una fuerza política para empezar a gobernar. La ciudadanía no perdonaría jamás el vacío, como se ha visto ya en otras oportunidades: aquí y en cualquier lado se reclama conducción, sobre todo tratándose de una máquina tan compleja como es el Estado y de un arte tan intenso como es el de la política. Pero si bien no se trata de hacer un juicio moral, es menester recordar que un proyecto nacional necesita de un sujeto político colectivo, masivo y articulado que lo imagine, lo discuta, lo recree, le dé forma operativa y le dé sustento de poder. La política es articulación de demandas e intereses, como plantea David Easton, pero hay intereses que no se dejan articular, que pretenden ser el todo y no la parte. Quitar privilegios y ventajas no es tarea de ángeles. La política es lucha por el poder y ojo, no se trata de un invento de la izquierda, sino que ya se planteó en la antigua Grecia –volvemos a la fase agonal-- y fue precisamente Maquiavelo el que casi redujo toda la política a lo agonal, a la lucha para alcanzar el poder o simplemente para mantenerlo. Es necesario el consenso mayoritario y estratégico (es decir, no el acuerdo de un día, no el acuerdo sobre ciertas medidas, sino el apoyo a todo un proceso) que permitirá darle perfiles claros a un modelo de Nación justa, con democracia sustancial, con crecimiento sostenido y con una inserción digna en el mundo. Y sólo la organización de un conjunto de fuerzas políticas, peronistas y aliadas, permitirá contar con la capacidad de sostener sin hesitaciones el cambio iniciado. Es bueno recordarlo: Hoy no se trata sólo de sostener el gobierno de Aunque sin que se llegara a conformar el mentado sujeto político, Kirchner dio muestras, sin lugar a dudas, de una gran capacidad para dirigir la melodía, la armonía y el ritmo de su innovadora música (aunque reconozcámoslo, su armonía era algo ríspida y tenía mucho de música dodecafónica). Revirtió situaciones críticas como ninguno. Cual experimentado karateca, supo utilizar los golpes del adversario para generar fuerza propia. Pero sobre todo, la melodía y el ritmo. Elaboró el relato, emprendió la batalla cultural de la sociedad e instaló su norte: Hacia allá vamos argentinos, esto queremos hacer. Siempre con algún viento en contra, aclarando que no se ha venido a administrar el statu quo sino a cambiarlo. Por eso el ritmo fue tan importante, frenético, decisor, progresivo, contagioso y si se quiere, popularmente prepotente. Pero hizo algo más. Lejos parecían estar las perspectivas de emergencia de un sujeto político portador del cambio, cuando Néstor Kirchner, en un acto paroxístico de su voluntad, provocó con su muerte un fenómeno abrumador: miles de jóvenes (y no tan jóvenes) aparecieron por la plaza y las calles, no sólo para despedirlo sino también para manifestar su apoyo al proyecto y al liderazgo de Se podrá plantear que igual podría haber ocurrido. Seguramente, como pasa con todos los fenómenos políticos en la historia, pero de lo que no cabe duda es que estas emergencias no se pueden producir sin la existencia de un catalizador de fuste, y vaya si Néstor lo fue. Se podrá decir que fue un fenómeno de coyuntura, pero lo cierto es que la deliberación se puso en marcha, los grupos se identificaron, se reconocieron y se comprometieron. Todos se asombraron de ser tantos y de coincidir tanto, aún en un marco de gran diversidad. Todos, o casi todos, se dieron cita para mañana. La historia no se repite, las experiencias no se replican, las ideas no se trasponen y los proyectos no se copian. Se transfieren conocimientos, se reelaboran ideas y nuevos proyectos son movilizados por nuevos sujetos políticos. Tal vez estamos en las puertas de la constitución de una nueva orgánica, con peronistas y aliados, con creatividad y compromiso para pensar estratégicamente a *GENTILEZA DEL COMPAÑERO CORRADO SANDRO TRIGILIA |
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