MOVEDIZA: el contrapoder de la necesidad

(*) JUAN PERONE


El poder es naturalista y el antipoder es abstracto.  Es así.  El poder es lo dado, lo obvio y que no requiere explicarse porque su sola presencia y actualidad lo justifica.  El antipoder, en cambio, el sector que cuestiona esa realidad, debe hacer todo el esfuerzo por demostrar que lo que parece tan lógico no lo es.  Entonces, se gana la fama de utópico, de irrespetuoso o de violento.  

El poder dice que la propiedad privada es sagrada, que el Estado no debe abrigar a los vagos, que el dinero es una buena medida “objetiva” de las cosas y de la capacidad de las personas, que se deben pedir humildemente las cosas, que se debe ofrecer la otra mejilla para que el moretón sea parejo, que el esfuerzo siempre es bien retribuido por la providencia y que no hay mal que dure cien años si se pone empeño en remontar la cuesta del infortunio. 

El poder dice que la seguridad es un valor indispensable por encima de los otros porque protege a los buenos de los malos, a la civilización de la barbarie, y que la distribución de la riqueza sólo es una opción de los países desarrollados o un falso mito del comunismo.  El poder dice que los pobres se tienen que joder porque eso es lo que les ha tocado en suerte.  Y a rogar a la Iglesia. 

El poder tiene piernas fuertes en las que sostenerse.  La sociedad es quien lo alimenta y lo fortalece.  Somos todos, cada uno en su medida y en la de sus intereses, quienes le permitimos que consolide sus parámetros y sus valores.  Y lo hacemos desde la conciencia o desde la ignorancia, desde la ideología o desde la apatía de la vaca que mira con ojos desorbitados de falso asombro.  Somos todos, los que damos nuestro respaldo a un programa de prioridades. Somos todos los que de alguna manera permitimos que se naturalice la priorización de lo accesorio por sobre lo elemental y dejamos que se siga invirtiendo más, en los sectores más privilegiados y menos, en los más desprotegidos.  Y lo hacemos porque, mayoritariamente, compartimos la idea que asocia la pobreza a la vagancia y la vagancia a la delincuencia.  Y los delincuentes deben estar encerrados o muertos.

Evidentemente, compartimos con el poder la idea de que los más pobres merecen su situación y su precariedad existencial.  Que los hijos y nietos de desocupados tienen la posibilidad de dar un salto cualitativo en su calidad de vida cuando su voluntad lo decida, pero que no lo hacen porque son vagos por naturaleza.  Que la multiplicidad de hijos es parte de su naturaleza lasciva y animal.  Que su violencia juvenil es innata del entorno y debe ser reprimida y santiguada con el encierro en un reformatorio o en una cárcel.  Que han perdido los principios del progreso y las buenas costumbres.  Que son descuidados con los bienes que les entrega el Estado porque no hicieron el esfuerzo necesario para obtenerlos.  Que son irresponsables para conseguir y conservar un trabajo.  Evidentemente, compartimos con el poder la idea de que los pobres de toda pobreza, herederos de décadas de abandono, exiliados de los sistemas de control de la moral ciudadana y educación para el trabajo, ajenos a la planificación financiera familiar y extraños a los buenos principios de pedir por favor y cultivar la gratitud eternamente, la idea de que son un error en el sistema que se puede solucionar apretando las teclas “ctrl” y “supr” del tablero de control social.  Para ellos, policía y topadoras.  Para que aprendan a respetar la ley.

Pero algo podría cambiar si le empezamos a exigir al poder que cambie sus prioridades.  Y para eso, nosotros mismos deberíamos cambiarlas primero.   Renunciar a algunos puntos de nuestra lista de urgencias y pedirle al Estado que le dedique más tiempo y recursos a los que quedaron postergados.  Y si no es por convicción que al menos sea por conveniencia, por la consabida conveniencia de las clases sociales que tienen como máximas aspiraciones su supervivencia y protección contra el desmadre.

Aunque más no sea, podríamos pedirle al Estado Municipal que se olvide un poco (un poco nomás) de las dobles columnas de iluminación, los fuegos artificiales, las fuentes danzantes, los sofisticados sistemas para cobrar estacionamiento medido, repavimentaciones de las calles ya asfaltadas, las fotos con Chayanne y vuelque esa energía a los reclamos que no permiten más postergaciones.

 Porque a diferencia del poder, el contrapoder propone que los más pobres reciban el doble de atención que quienes tienen recursos personales para afrontar sus necesidades.  Que si el colegio privado tiene doble turno, el que atiende el barrio desprotegido tenga triple; que la salud pública sea más personalizada que la privada; que se forme para el trabajo, que se trabaje para la formación. Pero sobre todo, propone que no se castigue con más violencia a los que de por sí ya la sufren todos los días en forma de escasez y vergüenza de no tener ni siquiera para comer.

Tal vez sea cierto que una parte de Tandil crece “cuando se duermen sus gobernantes”.  Pero no es menos cierto que otra gran parte de Tandil nunca crecerá si se duermen sus gobernantes.  Es allí, en las zonas más conflictivas y necesitadas, donde tienen que estar los encargados del Gobierno Comunal y sus recursos, para que en un futuro no existan dos ciudades separadas por el cerco intangible del ingreso económico y nadie ande con miedo de perder lo poco o mucho que tiene.

Es allí donde tienen que estar.  En el barrio Movediza, donde un centenar de familias pide un pedazo de tierra para levantar sus viviendas y se resiste al desalojo, a la extorsión y a la topadora.  Allí donde está el problema actual y futuro de la ciudad.  Dónde es indispensable que prevalezca el contrapoder natural de los desposeídos y el sano egoísmo de los poderosos.

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