Brigada SANTIAGO PAMPILLÓN : una historia olvidada

(*) alberto nadra 




Entre enero y febrero de 2011, se cumplen 40 años de la llegada de los destacamentos de la Brigada Santiago Pampillón de la Federación Universitaria Argentina (FUA, La Plata) a Chile. Tenían como objetivo realizar trabajos voluntarios para apoyo a, y en solidaridad con, el gobierno de Salvador Allende; en ese entonces jaqueado por Estados Unidos y la derecha nativa.
Estas líneas, de recuerdos fragmentados, y sin duda subjetivos, son el aporte a la página en Facebook Brigadas Santiago Pampillón, que abrimos varios ex brigadistas, con el fin de unir en un todo único memorias que están geográfica y políticamentedispersas. Sin otro dueño que nuestros corazones, el destino de estos recuentos es el aporte a la reconstrucción de la historia del movimiento estudiantil y juvenil argentino.
Recuerdo vivamente aquellas febriles reuniones semiclandestinas, a fines de 1970, en la Sede Buenos Aires de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Enfrentábamos a la dictadura de la “Revolución Argentina” –entonces en la última etapa del interinato del general Roberto Levingston– y, en esas ocasiones, ajustábamos detalles para la partida del segundo contingente de la Brigada Santiago Pampillón, cuya misión principal fue la realización de trabajos voluntarios en apoyo a, y en solidaridad con, el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular (UP). Para realizar esta tarea, sus distintos destacamentos lograron enviar a Chile unos 800 estudiantes universitarios.
En esa época, me faltaba un largo camino que recorrer antes de ser considerado un dirigente de la “Fede” (como propios y extraños llamábamos a la Federación Juvenil Comunista– FJC). Tenía apenas 18 años, pero experiencia en la reconstrucción del Cuerpo de Delegados y el Centro de Estudiantes del Colegio Nacional Mariano Moreno, encabezando movilizaciones de secundarios ante cambios en el sistema de exámenes y, luego, ante los asesinatos de Pampillón, Bello y Cabral. Terminaba el ingreso a Filosofía y Letras, entonces en un edificio único en la avenida Independencia, entre Urquiza y La Rioja, convertido durante ese año en uno de los bastiones de la lucha contra el restrictivo ingreso impuesto por la dictadura.
Personalmente, consideraba que los mejores militantes y “cuadros” habían partido con el primer destacamento de la Brigada, de modo que, al ser designado Coordinador del segundo contingente, estaba convencido de que ese nombramiento respondía más a escasez general que a valores propios. Pero eso no impidió que me sorprendiera y cargara sobre mis espaldas una fuerte responsabilidad.
1970: un año vertiginoso
Todos habíamos vivido intensamente un año cargado de acontecimientos, con un vértigo que a veces nos impedía procesar lo que íbamos protagonizando, y que fue una suerte de “estado colectivo” compartido, que continuó hasta el golpe de 1976; y en casos se prolongó durante la sangrienta dictadura que aquél inició.
En ese 1970 –mientras Estados Unidos no terminaba de asimilar los golpes que el pueblo vietnamita asestaba a sus tropas– en Latinoamérica, a las figuras nacionalistas de los generales Omar Torrijos (en Panamá), y Velasco Alvarado (Perú), se sumaron el general Juan José Torres (Bolivia), y luego Salvador Allende.
La Argentina estaba en ebullición. Sin dejar pasar un año del “Cordobazo”, se sucedieron el “Choconazo” y el “Tucumanazo”, junto a otras luchas y puebladas, que jaquearon y voltearon a Onganía; se afirmaron con acciones de fuerte de impacto diversas organizaciones armadas, entre ellas las FAL, FAP, FAR, y Montoneros, y se constituyó el ERP.
En otro plano organizacional, se conformaron, por izquierda, el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) y, por centroderecha, la Hora del Pueblo, basada en un acuerdo Perón-Balbín al que se sumaron otros partidos no perseguidos por la ley 17.401 (de Represión del Comunismo). En la Universidad, las diferencias entre estas dos últimas variantes de construcción política eran subestimadas, y en ambos casos muy cuestionadas por trotskistas y maoístas; pero también por los jóvenes peronistas, que veían en las “formaciones especiales” la real continuidad de la Resistencia y el anticipo de una vuelta de su líder para iniciar un proceso de liberación nacional y social. Sin embargo, fue el propio Juan Perón, quien en Actualización Doctrinaria para la toma del Poder(reportaje filmado y grabado por Octavio Gettino, Gerardo Vallejo y Fernando Solanas en 1971) realizó su balance definitivo: el ENA era para luchar, la Hora del Pueblo para negociar, y las "formaciones especiales" para acorralar y atemorizar al enemigo; pero en definitiva se trataba de variantes tácticas bajo su única conducción estratégica.
También, aunque pocos comprendiéramos la magnitud del retroceso, fue el año de la división de la FUA. La Fede forzó el quiebre, consagrando su dirección en la capital bonaerense (por eso se la denominaría FUA- La Plata) en la que era mayoría absoluta, con algunos aliados sin mayor inserción. Con el empuje de una importante seguidilla de triunfos en los centros de estudiantes en Capital –y no pocos de importancia en el interior– vía Movimiento de Orientación Reformista (MOR) y las listas que lo componían, los universitarios comunistas se recuperaron de la orfandad absoluta de puestos de dirección estudiantil en que los había dejado el masivo desprendimiento —en 1967– de lo que sería el PCR/FAUDI, sucesivamente guevarista, maoísta, lopezreguista y ahora ruralista.
Sin embargo, en su contraparte, la llamada FUA-Córdoba, se nuclearon las principales agrupaciones: la Franja Morada (JR), el FAUDI (PCR), el MNR (PSP) y AUN (izquierda nacional), entre otras. Al margen de ambas, se ubicaban las distintas corrientes del peronismo estudiantil, que se negaban a integrar una organización que llevara el nombre, a su juicio “gorila”, de FUA.
Chile bajo fuego
Así llegamos a finales de ese año trascendente, donde pocas semanas después de la asunción de Salvador Allende la situación en Chile mostraba signos preocupantes.
El principal: la decisión del entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon –y su secretario de Estado, Henry Kissinger– de evitar que el candidato de la UP ganara las elecciones; luego, de impedir que se convirtiera en el primer presidente marxista que en América Latina llegaba al poder por la vía electoral; y, finalmente –fracasados todos estos intentos–, de derrocarlo a sangre y fuego.
La desestabilización criminal del imperio –denunciada entonces, pero recién comprobada a fines de los ’90, por documentación oficial desclasificada del Departamento de Estado norteamericano– incluía acciones de todo tipo: desde el apoyo monetario al Partido Nacional, o al ala derecha de la Democracia Cristiana (DC), hasta la actuación encubierta de agentes de la CIA en sabotajes y atentados, como el que costara la vida del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas –General René Schneider–, el 25 de octubre de 1970, dos días antes de que el Congreso ratificara el triunfo de Allende. La misma medida se tomaría después del golpe contra su sucesor –el General Carlos Prats, para entonces exiliado en Buenos Aires– a quien la DINA/CIA asesinó el 30 de septiembre de 1974, en el marco del Plan Cóndor.
Junto a la despiadada confrontación con la derecha, era inocultable que se agudizaban los conflictos en el interior de la UP: entre el sector "duro", mayoritario en el Partido Socialista y el enfoque que encabezaba el sector minoritario de Salvador Allende en el PS. Los primeros exigían, intransigentemente, la unidad de los “partidos obreros”, el afianzamiento de los vínculos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR, que no integraba la UP), y rechazaban alianzas con sectores democristianos (es paradójico que, posteriormente, con el gradual retorno a la democracia, este sector “duro” ingresó sin mayores complejos a la “Concertación”). Los partidarios de Allende, el PC y otros sectores, estaban a favor de construir un socialismo en democracia y ampliar la base de alianzas de la UP, entre otros aspectos cruciales vinculados con el tipo y los tiempos de las medidas económicas y sociales, las formas de acumulación política, o la política militar. Este complejo entramado se sintetizaba, y forzosamente se esquematizaba, con las respectivas consignas de "avanzar para consolidar" o "consolidar para avanzar".
El acuerdo para formar la Brigada Pampillón
Fue en esos días en que las Juventudes Comunistas de Chile (JJ. CC., o “la J”) y “la Fede” acordaron el envío de una brigadas de trabajo voluntario, que –ante lo delicado del cuadro– debían ser lo más amplias posibles desde el punto de vista político, con el doble objetivo de maximizar la convocatoria en la Argentina y, a la vez, asegurar una mejor recepción y repercusión en Chile. En este estado de cosas es que nació la Brigada Santiago Pampillón. El nombre era símbolo de la lucha antidictatorial en Argentina, y buscó ser un homenaje al estudiante y obrero metalúrgico asesinado por la policía, en septiembre de 1966, durante la masiva marcha antidictatorial hacia una asamblea convocada por la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), en Plaza Colón.
Luego del acuerdo entre “la J” y “la Fede”, la convocatoria para la formación de la brigada partió de la FUA (La Plata), en acuerdo con la FECH (Federación de Estudiantes de Chile), que trabajó durante enero y febrero de 1971, como expresión de solidaridad internacional con los hermanos chilenos; y frente a la ofensiva estadounidense, y de la derecha del país; para el rechazo a cualquier aventura belicista de la dictadura que gobernaba la Argentina (con dominio sobre las amplias fronteras a lo largo de todo el país vecino); y para ratificar la unidad del movimiento estudiantil latinoamericano. Es este proceso el que se vio reforzado por la llegada de voluntarios de otros países del cono sur del continente, la mayoría de las cuales se integraron a la actividad de “la Pampillón”.
La convocatoria superó todas las expectativas, al punto que hubo que "elegir" –esto es, rechazar– muchísimas solicitudes, en primer lugar las de numerosos militantes y dirigentes intermedios de “la Fede”, pues acudieron estudiantes de todos los sectores –incluidos compañeros que ya eran o serían miembros de algunas organizaciones armadas, peronistas y marxistas.
Los contingentes
El primer contingente fue el más numeroso –unos 300 compañeros y compañeras– y logró un fuerte impacto a su llegada, en una experiencia de inmensa riqueza, de la que hoy quedan recuerdos profundos y anécdotas imborrables, aunque la historia de aquellos años la ignora casi por completo. Los compañeros construyeron salas de salud y plazas; refaccionaron escuelas, brindaron atención médica, censaron y realizaron encuestas a la población, e hicieron muchísimos otros aportes que todavía quedan por relatar, una asignatura pendiente en la reconstrucción de la memoria histórica para todos los que participamos.
Todo lo que los brigadistas aportaron –y todo lo que contarían a su regreso a las distintas provincias argentinas– era y es un tesoro para los pueblos de ambos países, y, a la vez, una indigerible acumulación de conocimiento mutuo y difusión de los logros y las luchas del pueblo chileno, y de la solidaridad argentina, para los gorilas/momios de ambos lados de la cordillera.
La llegada y la salida a Chile estuvieron plagadas de obstáculos: muchos compañeros fueron demorados y aún detenidos en los pasos fronterizos, en puestos de Gendarmería tapizados con aquel cartel de "Buscados" que tenía las fotos de los Montoneros que habían participado en el “operativo Aramburu”, y con un clima de fuerte anticomunismo, agresividad e intimidación general.
La dirección (principalmente de la Fede y JJCC) se emplazó como base en una inmensa escuela que se transformó en dormitorio y zona de planificación permanente, desde donde partían los brigadistas –la mayor parte de los cuales aportó su trabajo en Santiago, y algunos en el interior.
En lo personal, el contingente que coordinaba se dividió en cuatro o cinco grupos de trabajo, siempre por decisión consensuada con la UP. Integré el que estaba dirigido por “Lucho”, un socialista chileno más cercano al MIR que a su propio partido, con quien mantuve discusiones interminables –y las más de las veces ríspidas–, en equilibrio casi perfecto entre lo trascendente y lo insignificante.
Cuando ya nos habíamos preparado para partir, la “J” tomo una decisión drástica: ningún extranjero viajaría a los destinos más sureños –donde, en un principio, se había previsto que fuéramos–, pues el MIR había iniciado una campaña unilateral de "toma de fundos", que produjo una escalada de enfrentamientos armados.
Con el cambio de destinos, a nuestro grupo le tocó una zona de Gualleco, un pueblito perdido en la Región de Maule. Me acompañaban chilenos de la UP (MAPU, Izquierda Cristiana, entre otros), dos bolivianos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), dos socialistas argentinos y quien se convirtiera en una inolvidable amiga, Mimí (médica y luego oficial montonera). Formábamos un variopinto arco de matices y me encontré con formidables seres humanos: chicas y chicos de diferentes procedencias geográficas, pero con una profunda convicción, y la decisión de aportar al “camino chileno al socialismo”.
La tarea no fue sencilla. Apenas llegados al pueblo nos encontramos, azorados, con gente encerrada en sus casas, con los animales de granja ocultos, pues el Partido Nacional –y la derecha de la DC– había sembrado el terror entre los pobladores, a los que convencieron de que veníamos a "socializar tierra y propiedades", incluidos los animales (y me imagino que alguno hasta habrá dado por hecho que también a la mujer y los hijos).
Lo cierto es que, lentamente –y, por cierto, luego de acordar con una centroizquierdista “puntera” de la DC–, hicimos base en una escuela en receso veraniego, con nuestras mochilas y bolsas de dormir. Desde allí pudimos encarar nuestro trabajo, que consistía fundamentalmente en el censo de alfabetización. Pese a estas rispideces iniciales, terminamos logrando un acto-presentación con los pobladores, y hasta un desafío futbolístico –anunciado pomposamente como “Chile vs. El Resto del Mundo”—donde nos dieron una paliza inapelable.
Sobre el fin de la experiencia, recuerdo que el socialista nos envió a todos los argentinos a censar a una localidad perdida en los cerros, situada un día de viaje a caballo. La experiencia fue increíble: compartimos con los lugareños la trilla, con los métodos de fines del siglo XIX, y –pese a la desconfianza inicial– siguió el más increíble afecto de los productores y campesinos.
Pero el envío a esta localidad encubría, en realidad, otra intención, que se reveló cuando regresamos a la base: nos encontramos con “la J" a cargo del lugar, y el resto del grupo ya en viaje de vuelta a Santiago, pues el socialista –junto con los del ELN y gente del MIR de la zona– había marchado a tomar fundos, armas en mano, en una maniobra alocada y tremendamente dañina para nuestro trabajo, y para la imagen del Gobierno Popular en general; una maniobra que destruyó los lazos de confianza que habíamos comenzado a construir con quienes nos habían recibido con tanto temor.
Apenas unas horas después del regreso –sin todavía poder enderezar completamente las piernas a consecuencia de las horas de cabalgata– emprendimos el viaje a Santiago.
Luego permanecí unos días sin actividad alguna, ni idea de por qué, hasta que me revelaron el motivo: la “J” tenía información confiable de que figuraba en un listado de personas a las que esperaban para detener en la frontera, seguramente como producto de las declaraciones a los diarios y programas radiales que había realizado, así como por el muy difundido –y publicitado por la derecha– lamentable final de la experiencia en Gualleco. En concreto: la "J" me indicó un intrincado itinerario de reingreso a la Argentina, para mi posterior llegada aBuenos Aires.
En el largo camino de vuelta, lejos estaba de imaginar que a los entrañables pueblo y territorio chilenos –con el que me había encontrado por primera vez para la asunción de Salvador Allende, en noviembre de 1970– se enlazaría por siempre con mi propia historia. No solo por la Brigada Santiago Pampillón, sino por haber formado parte, luego, del equipo de inteligencia e información "Córdoba 652, 11 “E", cuya cabeza visible en la dirección fue Isidoro Gilbert.
El equipo organizó, durante el largo cerco dictatorial –con gran riesgo, pero aún mayor imaginación– el armado y mantenimiento de las fuentes y la logística para la recepción, y posterior envío al exterior, de las principales denuncias de lo que sucedía en Chile (además de Uruguay, Paraguay y, en menor medida, Brasil), base de lo que luego permitió desentrañar el mapa e itinerario del siniestro Plan Cóndor. Pero esa es otra historia…

Comentarios