SOBRE MI ELECCION ( De las Memorias del General Perón)


(*) VERONICA BALESTRI



En la vida de los pueblos, como en la vida de los hombres, no todo lo hace el destino. Es necesario que los pueblos, como los hombres, ayuden a su destino.

En mi vida, lo mismo que en la vida de mi pueblo, esto se cumple al pie de la letra. Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto del destino. Estoy porque, sin saberlo tal vez, me preparé para esto como si hubiese sabido que algún día iba a tocarme esta responsabilidad y este privilegio.

Y puedo afirmar y demostrar también que mi pueblo se preparó paciente, aunque inconscientemente, también para esta hora de su destino.

Lo que hace la providencia es poner las circunstancias necesarias para que las cosas sucedan luego de una manera y no de otra. Pero las cosas suceden casi siempre por "culpa" nuestra.

Muchas veces pienso que si hubiese nacido en cualquier otra parte de mi país tal vez no sería hoy Presidente de la República.

Porque naciendo en otra parte, el medio me hubiese dado otras inclinaciones... no hubiese elegido ser militar, no hubiese aprendido allí las cosas que aprendí, nunca me hubiese visto obligado a hacer una revolución... ¡Esas son las cosas que están en manos de la providencia!.

Ella combina las infinitas circunstancias y no creo que pueda averiguarse por qué ni explicarse nada de su mecanismo.

¡Todo lo demás lo hacemos nosotros!

Así fue como un día me vi en una circunstancia que decidió mi destino.

El país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conducción y sin rumbo. Todo había sido entregado al extranjero. El pueblo sin justicia, oprimido y negado. Países extraños y fuerzas internacionales lo sometían a un dominio que no era muy distinto a la opresión colonial.

Me di cuenta de que todo eso podía remediarse.

Poco a poco advertí que yo era quien podía remediarlo.

En ese momento, el problema de mi país pasó a ser un problema de mi conciencia.

Lo resolví decidiéndome por la revolución.

Esta decisión fue "mi ayuda al destino".

Dos años y medio después todo parecía perdido.

Había luchado intensamente en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

El pueblo me había comprendido. Los trabajadores de mi país conocían ya lo que era la justicia social y me seguían casi como si yo fuese una bandera.

Lo único que yo había hecho era decirles la verdad y darles lo que todos hasta entonces les habían negado.

Pero las fuerzas conjuradas de la oligarquía y de los poderes internacionales pudieron en un momento más que el pueblo y que mi voluntad.

Fue en octubre de 1945.

Esa es historia conocida.

Durante ocho días conocí todos los matices de la soledad, el abandono y la amargura.

Así como yo había pensado un día que era necesario hacer una revolución, el pueblo sintió -¡el pueblo siente!- que había legado un momento crucial de su historia.

Se dio cuenta de que todo estaba perdido, pero que todo podía salvarse.

Por suerte advirtió que eso dependería de su decisión.

Y se decidió.

Todo lo demás lo hizo la providencia... pero la decisión la puso el pueblo... su decisión fue "la ayuda que el pueblo le prestó al destino".

Allí están las razones de mi elección.

Dos decisiones en dos momentos providenciales.

Pero para que haya una decisión en un momento providencial es necesario estar ya preparado para eso.

A mí me preparó la vida misma: mi hogar paterno, mi niñez en la Patagonia bravía, mi carrera militar, mi vida en la montaña, mis viajes por Europa... Todo eso me acostumbró a vencer. Vencer a la naturaleza es más difícil que conducir y dominar a los hombres, y a mí me tocó muchas veces luchar con las fuerzas naturales y vencerlas.

Todo eso me preparó para que empezara a sentir profundamente la suerte de mi pueblo.

Esto me preparó para el momento de la decisión.

Para que el pueblo, a su vez, tomara en octubre de 1945 la decisión de salvarme y darme luego la conducción de sus destinos también fue necesario realizar una tarea de preparación.

Esta tarea consistió en algo así como un despertar.

Desde 1943 a 1945 el pueblo fue despertado de un viejo letargo que ya duraba más de un siglo. Pero durante ese siglo había vivido de sus viejas glorias. No pudo olvidar la hazaña de sus granaderos por medio continente. No pudo olvidar su vocación por la libertad y la justicia. Por eso me resultó fácil desertarlo. Me bastó insistir en los viejos temas de la hora inicial de su vida: la justicia, la libertad, la independencia y la soberanía.

Mi elección no es evidentemente una cosa del azar. La providencia hizo su parte, indudablemente, y de eso siempre doy gracias a Dios.

Pero el pueblo y yo lo ayudamos.

La clase del porvenir reside en cuidar precisamente que eso no deje de ocurrir entre nosotros.




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